sábado, 17 de mayo de 2014

El cuento negrísimo



 Rubem  Fonseca

La cofradía de los espadas

Fui miembro de la Cofradía de Los Espadas. Todavía recuerdo  cuando nos reuníamos a escoger el  nombre de nuestra Hermandad. Argumenté, entonces, que era importante para nuestra supervivencia que tuviéramos nombre y finalidad respetables. Puse como ejemplo lo ocurrido con la Cofradía de San Martín, una sociedad de amantes del vino que, como el personaje de  Eça, le venderían el alma al diablo por una garrafa de Romanee-Conti 1858, pero se dio a conocer como una fraternidad de borrachos y, desmoralizada, cerró sus puertas, mientras la Cofradía del Santísimo, cuyo objetivo declarado es el de promover el culto a Dios invocando al Santísimo Sacramento, continuaba existiendo. O sea, necesitábamos tener título y objetivos dignos. Mis compañeros contestaron que la sociedad era secreta, que en cierta forma ya nacía (eso se dijo irónicamente) desmoralizada, y que el nombre no tendría la menor importancia, pues no sería divulgado. Agregaron que la masonería y el rosacrucisno tenían originalmente títulos bonitos y respetables objetivos filantrópicos y acabaron sufriendo todo tipo de acusaciones, desde manipulación política hasta secuestros y asesinatos. Yo insistí, pedí que sugirieran nombres para la Cofradía, lo que finalmente se hizo. Y pasamos a examinar las variadas propuestas sobre la mesa. Después de acaloradas discusiones, quedaron cuatro nombres. Cofradía de la Buena Cama fue descartado porque parecía una asociación de dormilones; Cofradía de los Apreciadores de la Belleza Femenina, además de ser muy largo, fue considerado como reduccionista y esteticista, no nos considerábamos estetas en el sentido estricto, Picasso tenía razón en odiar lo que se denominaba el juego estético del ojo y de la mente manejado por los connaisseurs que “apreciaban” la belleza y, al final, ¿qué era “la belleza”? Nuestra Cofradía era de Fornicadores y, como dijo el poeta Whitman en un poema titulado A Woman Waits for Me, el sexo contiene todo, cuerpos, almas, significados, pruebas, purezas, delicadezas, resultados, promulgaciones, canciones, órdenes, salud, orgullo, misterio maternal, leche seminal, todas las esperanzas, beneficios, donaciones y concesiones, todas las pasiones, bellezas, delicias de la tierra. La Cofradía de las Manos Itinerantes, sugerido por uno de los poetas de nuestro grupo (teníamos muchos poetas entre nosotros, evidentemente), que ilustró su propuesta con un poema de John Donne –“Seduction. License my roving hands, and let  them  go before, behind, betwenn, above, below”-,  aunque  pertinente por su sencillez al privilegiar el conocimiento a través del tacto, fue descartado por ser un símbolo primario de nuestros objetivos. En fin, después de mucho discutirlo, terminó por adoptarse el nombre de  Cofradía de los Espadas. Los Hermanos más ricos fueron sus principales defensores: a los aristócratas les atraen las cosas del submundo, les fascinan los delincuentes y,  el termino Espada como sinónimo de Fornicador era del mundo marginal, la espada rompe y agrede,  así es el pene tal como lo ven, erróneamente, los bandidos y los ignorantes en general. Sugerí que si algún nombre simbólico iba a ser usado por nosotros, debería ser el de un árbol ornamental cultivado a causa de sus flores, finalmente el pene es conocido vulgarmente  como palo o garrote, palo es el nombre  genérico de cualquier árbol en muchos lugares del Brasil (pero , realmente , no es de los arbustos, que tienen un tronco frágil), sólo que mi razonamiento se deslizó como agua cuando alguien preguntó cuál sería el nombre de la Cofradía, ¿Cofradía de los Palos?, ¿de Los Tallos?, y yo no supe qué responder. Espada, de acuerdo con mis opositores, tenía fuerza vernácula, y la miseria aportaba una vez más su valiosa contribución al enriquecimiento de la lengua portuguesa.
Como miembro de la Cofradía de los Espadas yo creía, y todavía lo creo, que la cópula es la única cosa importante para el ser humano. Follar es vivir, no existe nada más, como bien lo saben los poetas. Pero ¿era necesaria una Hermandad para defender este axioma absoluto? Claro que no. Había prejuicios, pero no nos importaban, las representaciones sociales y religiosas no nos afectaban. ¿Entonces, con que objeto se creó la Cofradía? Muy simple, para descubrir cómo alcanzar, plenamente, el orgasmo sin eyaculación. La Reina de Aragón, como cuenta Montaigne, mucho antes de que su reino se uniera al de Castilla, en el siglo XV, después de una consciente deliberación de su Consejo privado, estableció como regla, considerando la moderación requerida por la modestia dentro de los matrimonios, que el número de seis cópulas por día era el límite legal, necesario y competente. O  sea, en aquel tiempo un hombre y una mujer copulaban de manera competente y modesta, seis veces por día. Flaubert, para quien une once de sperme perdue fatigue plus que trois litres de sang(ya hable sobre esto en alguno de mis libros), creía que las seis cópulas por día eran humanamente imposibles, pero Flaubert no era, lo sabemos, un Espada. Aún hoy se cree que la única manera de gozar es a través de la eyaculación, a pesar de que los chinos hace más de tres mil años afirman que el hombre puede tener varios orgasmos seguidos sin eyacular, evitando así la pérdida de la onza de esperma que fatiga más que la hemorragia de tres litros de sangre. (Los franceses le dicen petit mort al agotamiento que le sigue a la eyaculación, por eso uno de sus poetas decía que la carne era triste, pero los brasileños dicen que la carne es débil en todos los sentidos, lo que me parece más doloroso, es peor ser débil que triste). Se calcula que un hombre eyacula en promedio cinco mil veces durante su vida, expeliendo un total de un trillón de espermatozoides. ¿Todo esto para qué y por qué? Porque en realidad somos todavía una especie de monos y, todos funcionamos como un banco genético rudimentario, cuando bastaría con que algunos operaran así. Nosotros, los de la Cofradía de los Espadas, sabíamos que el hombre, librándose de su atrofia simiesca y apoyado por las virtudes peculiares de su mente (nuestro cerebro no es, repito, el de un orangután), podría tener varios orgasmos consecutivos sin eyacular que le brindarían todavía más placer que aquellos de orden seminal, los que hacen del hombre apenas un instrumento ciego del instinto de preservación de la especie. Y ese resultado nos llenó de alegría y orgullo, habíamos conseguido, a través de elaborados y penosos ejercicios físicos y espirituales alcanzar el Múltiple Orgasmo  sin Eyaculación, transformado por nosotros en el acrónimo MOSE. No puedo revelar que “ejercicios” eran esos, pues el juramento de mantener el secreto me lo impide. En rigor ni yo mismo podría hablar del tema, ni siquiera de manera limitada.
La Cofradía de los Espadas funcionó muy bien durante los seis meses que siguieron a nuestro extraordinario descubrimiento. Hasta que un día uno de nuestros Cofrades, poeta como yo, pidió la convocatoria de una Asamblea  General de la Cofradía para relatar un asunto que consideraba de magna importancia. Su mujer, notando la no-ocurrencia de emissio seminis  durante la cópula, concluyó que eso podría deberse a varias razones, que en síntesis serían: o él estaba economizando el esperma para otra mujer, o entonces fingía sentir placer cuando en realidad actuaba mecánicamente como un robot sin alma. La mujer llegó a hasta sospechar que nuestro compañero se había hecho un implante en el pene para mantenerlo siempre rígido, argumento que él fácilmente probó como infundado. En fin, la mujer del poeta había dejado de sentir placer durante la cópula, en realidad ella deseaba la viscosidad del esperma dentro de su vagina o sobre su piel, esa secreción pegajosa y blanca era un símbolo muy poderoso de vida. El sexo, como lo quería Whitman, incluía finalmente la leche seminal. La mujer no lo dijo, pero con seguridad el agotamiento de él, el macho, representaba el fortalecimiento de ella, la hembra. Sin esos ingredientes ella no sentía placer y, aquí viene lo peor, si ella no sentía placer nuestro Cofrade tampoco lo sentía, pues nosotros, los de La Cofradía de los Espadas, deseamos (necesitamos) que nuestras mujeres gocen también. Ese es nuestro lema (no lo cito en latín para no sonar presumido; ya usé el latín antes): Gozar haciendo Gozar.
Al final de la exposición de nuestro Cofrade la asamblea quedó en silencio. La mayoría de los miembros de la Cofradía estaba presente. Acabábamos de escuchar palabras inquietantes. Yo, por ejemplo, ya no eyaculaba. Desde que había logrado dominar el Gran Secreto de la Cofradía, el MOSE, ya no producía ni una gota siquiera de semen, aunque todos mis orgasmos eran muy placenteros. ¿Y si mi mujer, a la que yo tanto amaba, pidiera, y ella podría hacerlo en cualquier momento, que yo eyaculara sobre sus delicados senos alabastrinos? Le pregunté a uno de los médicos de la Cofradía-había varios médicos entre nosotros- si yo podría volver a eyacular. La medicina nada sabe sobre el sexo, esa es una lamentable verdad, y mi compañero respondió que eso sería muy difícil, considerando que yo, como todos los otros, había creado una fuerte dependencia de aquel condicionamiento físico y espiritual y que él ya había intentado, sin lograrlo, anular esa función, usando los recursos científicos a los que tenía acceso. Todos nosotros, al escuchar la terrible respuesta, quedamos extremadamente consternados. Inmediatamente otros Cofrades dijeron que enfrentaban el mismo problema, que sus mujeres comenzaban a encontrar artificial, o por lo menos intimidante, aquel ardor inagotable. Creo que me volví un monstruo, dijo el poeta que había expuesto el problema a nuestro examen colectivo.
Y así terminó la Cofradía de los Espadas. Antes de la desbandada todos hicimos un juramento de sangre de que jamás revelaríamos el secreto del Múltiple Orgasmo Sin Eyaculación, que nos lo llevaríamos a la tumba. Seguimos teniendo mujeres que nos esperan, pero a esas mujeres hay que cambiarlas constantemente, antes de que descubran que somos diferentes, extraños, capaces de gozar con infinita energía sin derramamiento de semen. No podemos enamorarnos, pues nuestras relaciones son efímeras. Sí, yo también me transformé en un monstruo y mi único deseo en la vida es volver a ser un mono.

Texto: La Cofradía de los Espadas, cuentos .Rubem   Fonseca. Editorial Grupo Norma. 1998. Foto:archivo