sábado, 30 de marzo de 2013

Minicuentos 51



De dioses, infiernos y blasfemias  

 
 


Dios

Augusto Monterroso


Dios todavía no ha creado el mundo; sólo está imaginándolo, como entre sueños. Por eso el mundo es perfecto, pero confuso.

El fin del mundo

Carlos Isla

El fin del mundo ocurrió cuando Cristo murió en la cruz. Nosotros sólo somos el alma en pena de los pecadores, de ahí que la existencia nos parezca un infierno.


En la cruz

Marco Antonio Campos

Oía gritos, gritos. El crucificado volvió la vista hacia sus pies y vio a María Magdalena, a María, madre de Santiago y José, a un ramo de mujeres.
Sobre su cabeza, en la cruz, se leía: ESTE ES JESÚS, REY DE LOS JUDÍOS. A sus flancos estaban crucificados dos ladrones.
Alzó de nuevo la cara y vio entre sombra la impresionante multitud que esperaba su muerte. El aire se llevaba y le llevaba insultos, befas, rumores. Oyó de pronto: “Si eres hijo de Dios, sálvate tú mismo.” Sacerdotes, escribas y ancianos lo escarnecían despreciativamente. Se sintió aturdido y pensó que lo mejor sería que acabara pronto. De súbito su vista se detuvo en un rostro que gritaba y reconoció a un mudo al que había hecho hablar. Trató de seguir los rostros en la multitud, y fijó cerca del templo a un ciego al que había hecho ver y cuyos ojos llameaban ahora de ira y de odio, y junto a él, embriagándose, a un leproso al que había sanado, y no muy lejos de ellos, a un paralítico al que devolvió la movilidad y que ahora se divertía haciendo gestos y ademanes obscenos. En ese instante, lleno de incomprensión y dolor, volvió los ojos hacia el cielo y gritó por última vez a su Padre.


Tierra de bienaventurados

Howard Rollin Patch

Los bienaventurados le dicen: “Dios nos puso en esta tierra, porque somos santos, pero no inmortales”. No tienen “vino, ni campo labrado, ni trabajos de madera o hierro, ni tienen casa ni edificio, ni fuego ni espada, ni hierro forjado o no forjado, ni plata, ni oro, ni aire demasiado denso ni demasiado sutil” Tienen esposas sólo durante el tiempo suficiente para engendrar dos niños, y después de eso se retiran de la compañía de los demás y viven castamente, sin saber que hayan conocido jamás la relación marital. Uno de los niños está destinado al matrimonio y el otro a la virginidad. “Y no hay cuenta de tiempo, ni semanas, ni meses, ni años, pues todo nuestro día es un solo día… La fruta de los árboles cae espontáneamente, para que la comamos, a la sexta hora” “Pero cuando llega la época de los cuarenta días, todos los árboles cesan de producir fruta, y el maná que (Dios) concedió a nuestros padres llueve del cielo…” Los bienaventurados mueren al fin en paz, amor y quietud, “porque no tenemos tormento, ni enfermedad, ni dolor en nuestros cuerpos, ni agotamiento, ni debilidad…”
Regresa Zósimo como llegó. Los árboles se inclinan, lo reciben y lo pasan al otro lado. Vuelve la tormenta a recogerlo en sus alas, y el camello lo conduce otra vez en su lomo a su punto de origen.


Parábola

Roberto Bañuelas

No caminé sobre las aguas para lograr la admiración de los necios o el asombro de los ingenuos, sino para lavar mis pies y retornar puro al infierno de los hombres.


Fantasía filosófica

Roberto Cuevas

Érase de un filósofo que cuando se dio cuenta de que lo único que estaba realmente cierto era que no sabía nada, se puso a inventarlo todo…
Al séptimo día descansó

Los cuatro fuegos

Jorge Luis Borges

Fursa, nos dice Beda, fue una asceta irlandés que había convertido a muchos sajones. En el curso de una enfermedad fue arrebatado por los ángeles en espíritu y subió al cielo.
Durante la ascensión vio cuatro fuegos que enrojecían el aire negro, no muy distantes uno del otro.
Los ángeles le explicaron que esos fuegos consumirán el mundo y que sus nombres son Discordia, Iniquidad, Mentira y Codicia. Los fuegos se agrandaron hasta juntarse y llegaron a él; Fursa temió, pero los ángeles le dijeron: No te quemará el fuego que no encendiste. En efecto, los ángeles dividieron las llamas y Fursa llegó al paraíso, donde vio cosas admirables. Al volver a la tierra, fue amenazado una segunda vez por el fuego, desde el cual un demonio le arrojó el alma candente de un réprobo, que le quemó el hombro derecho y el mentón. Un ángel le dijo: Ahora te quema el fuego que has encendido. En la tierra aceptaste la ropa de un pecador, ahora su castigo te alcanzará.

El enviado

Simón El Mago

Yo poseo la ciencia del bien y del mal; yo lavo la sangre y la infamia, y para probarlo puedo obrar milagros. Nerón me quiso decapitar y cayó la cabeza de un carnero. Cuando me persiguen ando sobre las aguas, si estoy en la costa; y si en el interior, me remonto a las nubes y luego bajo con el rayo que del cielo cae, emanación del fuego de que Dios está formado. Cambio de figura; me convierto en insecto o en pájaro, según me place. Una vez que me enterraron vivo, resucité radiante al tercer día.


Maniqueísmo

Mani

En la parte superior está la Tierra Santa y resplandeciente de la luz; en la inferior la tierra de las tinieblas. En el pináculo de la primera está el dios impasible; debajo, su hijo frente a frente de Satán, soberano señor de la materia. Las tinieblas se acercaron al reino de la luz y resultó la lucha. La luz victoriosa penetró en el seno de las tinieblas, y éstas se encerraron. Pero la luz es activa y su impulso produjo las formas múltiples y cambiantes que el Universo nos presenta. Ella es el alma de todo lo que existe, el alma universal que en cada ser se expresa de distinto modo. Ella es el verbo que habló por la boca de Zoroastro, de Orfeo, de Sócrates, de Platón, de Jesús y de tantos otros. El mal lo produce la materia; de ella vienen todas las acciones bajas, torpes, irreflexivas, criminales. El hombre es libre, pero en él la materia le impulsa a veces el pecado. Y su espíritu peca, no obstante ser parte de Dios mismo.

Sorpresa

Raquel Froilán García

El Apocalipsis nos pilló por sorpresa, porque creíamos que nosotros teníamos razón. Jinetes, trompetas, terremotos, plagas, ríos de sangre, eso sí, claro. Incluso dragones y la prostituta de Babilonia. Pero ¿quién hubiera imaginado que ese maldito lobo se iba a comer el Sol? ¿Eh? ¿Quién?
  Ah, es verdad. Putos vikingos.

Siseneg

Daniel Frini

 Seis días antes, murieron los animales. Cinco días antes, la lluvia mató toda vegetación. Cuatro días antes, la niebla borró cielo y firmamento. Tres días antes, el caos mezcló las aguas y la tierra. Dos días antes desapareció el hombre. En el último día, dije "apáguese la luz". Después, descansé.

El otro infierno

José Joaquín Blanco

Cuando Teresa y yo llegamos al infierno. Minos se ciñó dos veces el cuerpo con su capa y nos mandó a ese círculo que se ha hecho famoso por la historia Francesa de Rímini y Paolo Malatesta. ¡Imposible soñar paraíso semejante! Desde que llegamos se dejó sentir el impulso afrodisíaco de las llamas y nos entregamos a una lujuria insistente. No tardamos mucho en contagiar a los demás condenados y así el Segundo Círculo del infierno se convirtió de pronto en escenario de increíbles orgías. Como es de suponerse, el Señor se enteró en el acto y cambió nuestra sentencia; desde entonces estamos en el paraíso, colocados a insalvable distancia, confundidos por los coros angélicos, purificados los dos de tal manera que parecemos creaciones de Botticelli, contemplándonos, solamente, contemplándonos, mientras todo el cielo tiembla y se desbarata como flamita nerviosa de cirio pascual ante las notas triunfales del tedeum.

Blasfemia

Jairo Aníbal Niño

Y Dios, desde la mata de su solitud, de las distancias y del tiempo, había emprendido la búsqueda. Como un aire de luz se desplazaba por el espacio infinito. Se había posado en planetas de piel de niebla, en estrellas de entrañas irisadas, había viajado cubierto por el polvo de un sol moribundo, se había metido en interminables ojos estelares, y había llegado a galaxias llenas de un silencio blanco y duro. Fatigado, descendió un día en un planeta calafateado por nieves eternas. Se dejó caer junto a una montaña gemidora y mirando hacia el espacio, hacia un solecito tibio y unos astros diminutos que lo acompañaban, decidió suspender la búsqueda, regresar a su estrella apagada, y en el paroxismo de su soledad y desesperación, la blasfemia estalló en sus labios cuando dijo: -He sido un iluso; el hombre no existe.