sábado, 16 de febrero de 2013

Minicuentos eróticos 3


De malabares, fluidos,  y orificios  ¡Atención! Los textos pueden herir o estimular su sensibilidad




El Pecado de Heinrich Lossow. 1880
 

Fémur de mamut

Juan Carlos Fernández

Mientras su hombre ha salido de caza urgido por la necesidad de alimento, la mujer prehistórica se ha quedado cobijada en la cueva que ambos han adquirido recientemente. La mudanza no fue muy compleja: una rudimentaria caja de herramientas, un ajuar de pieles a la moda, el muslo del último mamut abatido… De esto hace ya una semana, lo que su hombre lleva fuera de la cueva, cazando.
Como se aburre, la mujer prehistórica ha decorado las paredes de la cueva con dibujos simbólicos, obras maestras que como tal reconocerá la posteridad: un bisonte atravesado por saetas, un sol moribundo que preludia un cambio climático, el muslo deseado de un mamut…
Como después de haber decorado el hall de su vivienda la mujer prehistórica sigue aburriéndose, opta por tumbarse sobre una piel comodísima y desde allí planea una estrategia que la saque del hastío, de este irremediable nicho de soledad en que se halla arrojada. Entonces lo ve. En un rincón de su cueva ve el fémur descarnado del muslo posterior del último mamut y los ojos le hacen chiribitas y se le arrebata el corazón. Se levanta por él y lo coge.
La mujer prehistórica ha dejado de aburrirse. Con las piernas abiertas y los ojos cerrados, piensa en su hombre que caza tan lejos, mientras ella con las dos manos (el fémur es largo, larguísimo) zarandea la osamenta y se la va introduciendo con cariño (a veces con furia) en el interior de una cueva distinta recién descubierta.

Yo antes tenía mis dudas, ahora no sé

Mayde Molina

A veces me decepcionan tanto los hombres que paso largas épocas de sequía…
En esos días es cuando reencuentro mi éxtasis secreto en las palabras.
Palabras que son como niñas bonitas, pavoneándose cual ciruelas suspendidas de la libido de los árboles. Palabras cómo “infinito”, o “insospechable”, o “renacimiento” o “insostenible” o “inminente” o “desasosiego”…
Dios… ¡desasosiego! ¡Si supieran la de pasiones que ha despertado esa palabra en los arcanos de la historia!
D-e-s-a-s-o-s-i-e-g-oooooooo…
Yo apenas la palpo con la punta de mis labios, subo ardida por sus infinitos muslos mientras ella va clavando sus letras en mis entrañas.
Después de quedarme medio rota y jadeante, asciendo mis ojos entornados buscando un poco más de placer sublime e inmediato con el que saciarme…
Y aparece frente mis ojos lívidos la palabra “lujuria”; altiva y poderosa clavando la “i” de su impronta contra mi sexo.
Mis manos se vuelven locas confundiendo la carne con las palabras… Vuelve hasta mi pecho “desasosiego” e “inminente” para dejarme completamente deshecha por dentro…
Y esas dos palabras se van haciendo pálpitos, mientras mis muslos se van abriendo y las manos no cesan de confundírseme con las palabras.
Entonces cuando ya no puedo más…
Cuando ya todo es delirio, cuando estoy a punto de volverme absolutamente loca…
Aparece frente a mis ojos deshaciéndome por completo la palabra “orgasmo” para arrancar de mis labios el último g-e-m-i-d-o que me quedaba.
Yo antes tenía mis dudas, ahora ya no sé si quedarme con los hombres o con las palabras...

Ataduras

Rafael Linero

Empezó sugiriendo que atara sus muñecas con mis medias. Luego pidió gruesas cuerdas para sujetar firmemente sus brazos y piernas. Por último, demandó cadenas para inmovilizar cada parte de su cuerpo. Sólo entonces permitía que lo tocase y pudiésemos hacer el amor.
Siempre he estado dispuesta a atarlo, él lo sabe. No hay nudo tan intrincado que no pueda hacer ni candado tan complicado que no pueda cerrar.
No entiendo porqué ahora que mis ataduras han logrado tal nivel de perfección, él no permite que yo lo toque. No hay cuerda ni cadena, no hay nudo ni candado que pueda compararse con las ligaduras que he creado para él.
Nuestro matrimonio, nuestra hijita y su extraña enfermedad, nuestra asfixiante hipoteca, mis celos y mi depresión. He creado todas estas ataduras para él y, sin embargo, ahora no quiere ni pensar en el sexo.

Sadismo insoportable 

Carlos Manzano


No me molestaba que me apretara las muñecas con el empeño de un grumete novato ni que me colgara de los pezones pinzas cada vez más pesadas y rígidas, ni siquiera que anudara a mis tobillos unas gastadas cuerdas de liza que ya no valían ni para empaquetar bultos inservibles. Lo verdaderamente insoportable era que, tras vendarme los ojos y forzar en mi torso un gesto de absoluto abandono, no saliera de su boca la más tímida imprecación o el más comedido insulto: su silencio era todo lo que me regalaba, un silencio que llegaba a mis oídos como el más violento de los desprecios. Eso era lo que más me dolía, su ausencia de verbo, sobre todo al pensar que me había conquistado con versos como este: “el dolor de tu gesto se eterniza en mi boca como el aliento perdido de millones de noches”. Por eso tampoco me permití jamás el menor quejido ni el más leve gesto de sufrimiento: a la brutalidad de su silencio solo quedaba oponer la ferocidad de mi indiferencia, la evidencia de la ineptitud de sus actos. Yo también sé alcanzar los límites de la impudicia.

Lo estoy haciendo contigo

María José Codes

Ponía la lavadora con parsimonia ritual, inclinando su cuerpo sobre la máquina, de espaldas a la puerta, donde sabía que Jorge estaría disfrutando de la brevedad de sus bragas. Que su cuñado de veinte años anduviese observándola a escondidas había sido molesto al principio. Luego comenzó a sentir cierto placer en ser espiada. Sus actos, antes rutinarios, se convirtieron en representaciones únicas para un solo espectador y acabó por dejar siempre las puertas abiertas para facilitarle la vigilancia.
Una noche que hacía el amor con su marido, Jorge apareció desnudo en el umbral de la puerta. Ella guardó silencio. Mientras Luis la penetraba, Jorge permanecía mudo en su puesto de observación. Entonces ella dijo: “lo estoy haciendo contigo”. Jorge lo entendió al punto y comenzó a masturbarse con fogosidad. “Claro que lo estás haciendo conmigo, amor”, respondió Luis acelerando el ritmo de su penetración. “Lo estoy haciendo contigo”, repitió excitada ante la reacción de su marido, sosteniendo la mirada de Jorge. “Sigue, sigue, me encanta que me hables así, querida”, resolló Luis al tiempo que la embestía cada vez con más vigor. Enseguida sobrevino el final para los tres. Luis soltó un largo aullido. Ella gimió al ver a Jorge verterse sobre la alfombra antes de desaparecer en la penumbra. La pareja quedó tendida y exhausta sobre las sábanas. “La próxima vez dejaremos que entre, cariño”, le susurró Luis al oído.