miércoles, 31 de octubre de 2012

¿Internet es el mensaje?

El nuevo milenio puso a la Web y lo digital en el centro de la práctica periodística. Aquí, Jim Roberts, un editor del  The New York Times, reflexiona sobre los desafíos futuros

REFERENCIA. La web del New York Times es materia de consulta diaria para miles de internautas./Revista Ñ.
Lectura fragmentada y dispersa, pero más profunda por la posibilidad de avanzar a través de links hasta las fuentes mismas de la información. Lectores que moldean los mensajes por la interacción constante, masiva e instantánea. Dispositivos móviles que vuelven a cambiar el paradigma de construcción de la noticia que la Web construyó en los últimos 15 años. Jim Roberts, desde la trinchera caliente que implica manejar The New York Times, en una discusión sobre medios y mensajes con Ñ.

-¿De qué forma cambió la Web la manera en que lees las noticias?
-No sé si soy completamente representativo de la gente, pero para mí es un esfuerzo leer en Internet del mismo modo en que leo algo impreso, porque me distraigo demasiado. Aunque esté viendo una sola página, capto algo con el rabillo del ojo, veo un link por aquí, o material relacionado por allá. Por eso me parece que es difícil mantener la concentración en un artículo específico en la Web. Me parece que es un poco más fácil en el caso de las tabletas: el modo en que están escritos y diseñados los artículos te mantienen en un mismo entorno y es más fácil concentrarse. Por eso me parece que en cierto modo las tabletas se acercan a cómo son las cosas en la modalidad impresa. Pero igual es más difícil para concentrarse, estás más tentado a mirar otras cosas, a consumir más y distinto a la vez. Como usuario, probablemente leo más debido a la Web, pero leo más disperso. Quizá leo menos artículos extensos de lo que solía hacerlo, porque hay mucho para elegir.

-¿Eso te convierte en un lector más superficial?
-Creo que hay que resistirse a esto, es muy fácil leer y consumir grandes cantidades de información de una manera superficial.

-Como periodista formado en el papel, pero que ha dedicado sus últimos 10 años al periodismo online, es difícil aceptar que la gente ahora sea más superficial.
-No estoy diciendo que la gente sea más superficial. Estoy diciendo que, a diferencia de lo que ocurría antes (con los medios tradicionales) tenés que concentrarte más para obtener información en la Web. Supongamos que estabas leyendo las noticias hace unas semanas, cuando grupos de manifestantes protestaron frente a la embajada estadounidense en Libia. Estás leyendo y ves todos esos artículos sobre estas protestas, algunas de ellas violentas. Todas mencionan un video contra el islam que fue publicado en la Web. Una vez que estás en ese entorno, podés mirar el video, podés enterarte de cosas acerca de las personas detrás de ese video. Cuando lees que el embajador de EE.UU fue asesinado, podés buscar información sobre él, etc. Es más difícil concentrarse en la nota extensa, bien escrita, detallada, aunque lo que compensa es la profundidad que lográs en la comprensión del tema, el grado de conocimiento sobre determinada cosa. Me parece una compensación valiosa.

-¿Te parece que hubo un momento en que los medios construían a sus lectores y que ahora esos mismos lectores están construyendo los medios?
-Buen punto. Los lectores tienen mucha más injerencia en darle forma a las noticias. No es directo, es algo indirecto. Depende de la publicación. Pero sí, pienso que en el pasado los medios de comunicación solían determinar qué le importaba a la gente, cuáles eran sus intereses, tanto los diarios como luego la televisión. Recuerdo, de chico, que en televisión tenías dos o tres opciones y eso era todo. Hoy hay tanta interacción entre el público y los medios que el público tiene mucha más influencia. Y en cierto sentido, el público puede ser el medio. Pienso que tenés razón, las personas en general ejercen un control mucho más grande sobre las noticias. No es directo, pero sí, su control es mayor.

-¿Te parece que la tentación de los grandes medios para buscar nuevos lectores a través de las redes sociales implica un cierto “riesgo” de pérdida de aquella capacidad para fijar la agenda que tenían los medios tradicionales? Ahora, cuando un lector recomienda una nota a sus amigos de Facebook o seguidores de Twitter, se agregan viralmente decenas o miles de nuevos intermediarios o “curadores” de la noticia original.
-Conozco el proceso que estás describiendo, pero no lo he visto actuar de una manera que pudiese convertirse en una amenaza, porque todavía pienso que las empresas de medios, chicas y grandes, aún tienen una voz que le interesa a la gente, una voz que importa más que un “me gusta” (en Facebook). Ya sea The New York Times, Clarín o NBC, cuando los medios dicen algo, hacen algo, la gente inevitablemente les presta más atención.

-Pensá en vos como periodista 10 o 15 años atrás. ¿Cómo construías realidad al escribir un artículo y cómo lo hacés hoy?
-Hace 10 o 15 años, cuando pensaba en comunicarme con la gente, era un pensamiento mucho más complejo. Y era más: “¿Cómo voy a crear un contenido en las próximas 3 o 4 horas?” Es decir, un principio, medio y final; su material de contexto, etc. Una unidad estructural. Hoy pienso mucho más en términos de medios de comunicación: cuál es la mejor manera de llegar al público en este momento. Esto no quiere decir que los esfuerzos más analíticos no sean parte de esa ecuación, pero creo que el proceso de pensamiento es mucho más comprimido y relativo a cómo transmitir información precisa a la gente en paquetes de bytes más pequeños y rápidos. Sé que esto no es periodismo clásico. Hace un tiempo en una conferencia en Lyon, Francia, dije que esperaba de mis periodistas la destreza para comunicar tan bien en 140 caracteres como lo hacen en 1.400 palabras. Y creo en eso. Pero un periodista de 20 Minutes, un diario muy chico que se entrega en los subtes, me desafió diciéndome: “Eso es espantoso, horrible. Usted no puede hacer eso”. Pero yo estoy convencido de que tenemos que ser capaces de ello. Y sé que lo espero de mí mismo: poder procesar la información así de rápido. Cuando pienso en 10 o 15 años atrás y en hoy, jamás habría pensado en transmitir información de una manera tan concisa, comprimida y rápida como lo hago hoy.

-Desde la masificación del consumo de información en la Web hasta ahora, se construyó un nuevo lenguaje que los periodistas aprendimos a manejar. Ahora, de repente, millones de personas eligen sus teléfonos inteligentes y tabletas para informarse. ¿Crees que los dispositivos móviles van a cambiar aquel lenguaje web y obligarán al mismo tiempo a los periodistas a escribir y comunicar de una forma totalmente nueva?
-En cierto sentido, sí. Tienen que hacerlo. Del mismo modo en que la Web alteró el mensaje que teníamos en la prensa impresa, un teléfono u otro tipo de dispositivo móvil va a alterar el mensaje de la Web. De todos modos, creo que depende de nosotros, como periodistas, tratar de asegurarnos de que el mensaje no se pierda en el medio. El mensaje es siempre lo más importante. Pero me parece que tenemos que adaptar nuestra manera de transmitir ese mensaje. Te doy un ejemplo: a muchos de los que escriben para el The New York Times les gusta presentar artículos larguísimos, con un comienzo muy extenso. Eso funciona muy bien cuando estás leyendo un diario de formato grande, pero cuando lo leés en este iPhone es una propuesta realmente difícil de aceptar. Entonces, ¿podés seguir ofreciendo noticias de aquella manera o tenés que alterar de algún modo el mensaje? Tal vez una palabra mejor sería: “adaptarlo”. Tenés que adaptarlo, escribirlo de un modo más sencillo, o más breve.

-Quizá debamos rescribir a McLuhan y decir ahora: “el dispositivo es el mensaje”.
-No iría tan lejos. La gente me atacaría por eso. McLuhan dijo “el medio es el mensaje”. Quizás hoy el dispositivo es el mensaje. Creo que el dispositivo afecta el mensaje. McLuhan se refería a la televisión y cómo la televisión estaba cambiando las cosas. Pero, insisto, está en el periodista determinar cómo llegar a la gente con la misma información, pero llegar de un modo que sea el más efectivo en un determinado dispositivo. Tengo algunos conocidos que trabajan para la cadena de deportes ESPN. Ellos tienen una filosofía, que llaman la mejor pantalla disponible. Eso significa que ellos crean contenidos, toman decisiones de programación basadas en cuál es la mejor manera en que la gente puede recibir algo. Así, ponen en el aire algo para pantallas de 62 pulgadas; ofrecen contenidos diseñados sólo para teléfonos. A veces buscan que coincidan, pero todo el tiempo están pensando en el dispositivo. En ese sentido, el dispositivo, para ellos, ya ha cambiado el mensaje.

Un paraíso imposible

Todos los idiomas han aportado su granito de arena a la globalización del entendimiento humano. No hablemos del griego ni del latín ni del árabe, que son los grandes proveedores de palabras universales: ecuménico, ley, álgebra

Mahmud Sharif/facebook./elespectador.com
Hablemos en cambio del castellano, que siempre tengo presente cuando los locutores de los informativos alemanes dicen, en alemán, que una “junta” se hizo cargo del poder tras un golpe militar. Y hablemos del alemán, que nos ha dado la metáfora ideal de la guerra relámpago con su Blitzkrieg. O hablemos del francés, al que debemos la universalidad de la palabra restaurante. O del checo, de donde procede la palabra robot. O del italiano, padre del graffiti. O del neerlandés, gracias al cual poseemos las palabras babor y estribor para nombrar, respectivamente, los lados izquierdo y derecho de los barcos. Y sin necesidad ninguna de mencionar el inglés, cuya preeminencia no es poquita cosa, hablemos del japonés, pues quieras que no hay varias palabras niponas que son universales: judo, harakiri, kamikaze, para no decir sino tres.
La tercera de ellas es la que lamentablemente goza de mayor actualidad y más difundido conocimiento. En la escalada de su confrontación con Israel, Palestina pasó de la intifada autóctona al kamikaze foráneo, y luego, con el fundamentalismo de Al Qaida, se ha puesto a la orden del día, en Irak y Afganistán. Casi no transcurre un solo día sin que la prensa, la radio y la TV nos informen de un nuevo atentado kamikaze en esos países.
Me gustaría precisar que el vocablo kamikaze significa literalmente “viento divino” y designa aquél viento mítico desencadenado por los dioses del olimpo japonés, en el año 1281, contra la flota chino–tártara que pretendía conquistar el Imperio del Sol Naciente. A partir del 17 de mayo de 1944, sin embargo, cuando el comandante Katushiga se estrelló deliberada y suicidamente con su avión contra un destructor de la Marina de los Estados Unidos, kamikaze designa al hombre que se inmola por una causa, destruyendo o tratando de destruir al enemigo de ella.
En el caso de los fundamentalistas árabes sucede que el kamikaze dizque tiene garantizado el Paraíso, de tal manera que acude a la cita de la muerte con toda deliberación, hasta contento. Pero habrán notado que escribí “dizque”, y no puedo por menos de añadir que lo hice por mi cuenta y razón, ya que el Corán condena de manera taxativa el suicidio.
Ahora bien, es evidente que la hermenéutica, la ciencia de la interpretación de los textos sagrados, tanto en la religión musulmana como en cualquier otra, está siempre lista a la hora de sacar conejos del sombrero de copa. Por lo que se refiere a la religión de Jesús el Nazareno basta pensar en el cerebro retorcido que inventó la Inquisición.
Dicho de otro modo: ustedes pueden encontrar toda una legión de teólogos musulmanes que pese a la condena del suicidio por el Corán, dispondrán de todos los argumentos posibles para justificar los atentados kamikazes. Y es evidente que hallan un terreno abonado en la juventud de una Palestina desesperada, de un Afganistán ocupado militarmente, de un Irak sin norte; la recluta de suicidas voluntarios no es problema para los señores de la guerra.
Pero ya dice el dicho decidero, como decía Unamuno, que Dios escribe derecho con renglones torcidos, y es ello lo que me lleva a contarles una historia verídica ante cuyo desenlace uno no sabe bien si echarse a reír o si echarse a llorar. Les cuento:
Esta es la historia de un kamikaze palestino, Mahmud Sharif. Los explosivos que llevaba atados a su cuerpo no explotaron cuando los hizo detonar, sólo explotó el detonador y Mahmud Sharif perdió el conocimiento de resultas de ello. Cuando recuperó el sentido, se encontraba en un hospital, pero él creía firmemente que había muerto y que ya estaba en el Paraíso. Nada de lo que le decían, nada de lo que le preguntaban, ninguno de los objetos que le mostraban, nada, nada, lograba sacarlo de esa convicción. Hasta que uno de los oficiales que lo interrogaban se extrañó:
 “¿Así pues, también hay israelíes en tu Paraíso?”
Recién entonces, recién entonces, empezó a comprender Mahmud Sharif.
Ojalá nadie le hable nunca del canto vigesimoctavo de La comedia del Dante (lo de “divina” es un añadido que no figura en el título original), canto donde se describen los suplicios que padecen los condenados al noveno foso del octavo círculo del Infierno, entre ellos su profeta Mahoma. Y es que todos los paraísos y los infiernos están hechos a la medida del ser humano, y hasta un grandioso poeta como el Dante tenía sus cuentas pendientes con amigos y enemigos: en el fondo, La comedia es su factura.

Francia condecora con la Legión de Honor a Orhan Pamuk

Las obras del premio Nobel de Literatura se han convertido en clásicos en el país galo 

El escritor Orhan Pamuk AP/Jacquues Brinon/lavanguardia.com
El Ministerio de Cultura francés condecoró hoy con la insignia de oficial de la Legión de Honor al escritor turco Orhan Pamuk, laureado con el premio Nobel de Literatura en 2006.
La ceremonia estuvo presidida por la ministra gala de Cultura, Aurélie Filippetti, que expresó en su discurso la estima que Francia le tiene a Pamuk por "la inmensa dignidad de su estilo, de su pensamiento y de su persona".
Las obras del escritor, entre las que citó Nieve, se han convertido según Filippetti en clásicos en el país, impresionado "por la sutilidad de la narración (...), a la vez espiritual y carnal, por su alianza única de potencia y delicadeza, de imaginación y de sugestión, de implicación social y política".
Según la intervención difundida por su Ministerio, el estilo literario es "una aventura" para Pamuk, que "de libro en libro, de novela en novela, no ha cesado de buscar, de innovar, de experimentar".
"Y esta libertad estilística llama, se casa, se corresponde totalmente con el hombre libre que usted es, infinitamente abierto, tolerante, valiente, sin miedo", añadió Filippetti, que con esta condecoración le otorga la más alta condecoración francesa.

La mujer pícara y su constante existencia en la literatura

Desde siempre, cuando se habla de novela picaresca se recurre a una asociación bilateral irreversible -picaresca-pícaro-, y se prescinde muy a menudo del sexo femenino

La gitana Frans Hasl, 1630./revistadeletras.net

No nos extraña que este género literario se estudie a partir de una obra concreta, El Lazarillo de Tormes, por ser esta quien moldeó un esquema estructural y un personaje; pero sí nos sorprende que en muchos libros de texto este estudio se apoye en obras como Guzmán de Alfarache, de Mateo Alemán o Historia de la vida del Buscón, de Quevedo, omitiendo otras no menos importantes como La niña de los embustes, La pícara Justina, La hija de Celestina, Las Harpías en Madrid… ¿Realmente no hay protagonismo femenino en la novela picaresca?…, ¿existe o no la mujer pícara?…
Estas preguntas engendraron reacciones dispares entre los propios críticos. Las posturas van desde aquellos que consideran a las pícaras poco aptas para manifestarse tan exhaustivamente como los pícaros (J. Rodríguez-Luis), pasando por aquellos que abogan por un poder liberalizador de la pícara y proclive a la maldad, peor que en los pícaros (Pablo J. Ronquido, Marta de Zayas), para llegar a los que niegan la posibilidad existencial de las pícaras (Thomas Hanrahan). A través de estas líneas queremos despertar aquellas mentes que creen fanática y unilateralmente en el pícaro, y demostrar mediante un ejemplo concreto (Las Harpías en Madrid, de Alonso de Castillo Solórzano) que no solo existe la pícara, sino que además esta reafirma el género picaresco.
Entre ambos sexos hay, sin duda alguna, una barrera de matiz ideológico. Las diferencias entre la pícara y su congénere es una evidencia que responde a la mentalidad misógina del momento. Esta postura no es nueva. El libro de Buen Amor, El Arcipreste de Talavera, El Crotalón…, hasta llegar al menos a la tradición griega de, por ejemplo, Aristóteles y Hesíodo, aluden ya a los defectos de las mujeres en tanto que agresivas, envidiosas, corruptoras, pecadoras…, y por tanto con nulo interés literario.
Seguramente la pícara habría quedado rezagada si la novela picaresca estuviese únicamente delimitada por la “delincuencia”, tal como pretendieron demostrar algunos críticos (Alexander Parker y Valbuena Prat). Pero hay una vertiente mucho más productiva dentro del género y que la mujer maneja con una destreza inquietante: la astucia. Y de la astucia echará mano la pícara para disculpar su comportamiento cruel y atribuirlo al inevitable paralelismo entre su condición femenina y el poder de la misoginia.
Y además de astuta, bella que es lo que realmente hace triunfar a la pícara. Las Harpías de Alonso de Castillo Solórzano, por ejemplo, poseen una belleza extrema a partir de la cual desplegarán un encadenado y productivo sistema de estafas. Y la belleza es tan relevante que se extiende a otros campos distintos al de la vista. Hay que hablar, pues, de cuatro tipos de belleza:
1) Belleza al ojo, o sea, visión externa de las pícaras que, en al caso concreto de las Harpías son calificadas de “milagros de hermosura”, “hechizo de su beldad”, “ángel andaluz”, “luz de sol”… Se detecta aquí una intensidad metafórica y un reiterado uso de epítetos y adjetivos, que si en un principio insinúan un vacío encarecedor, en una segunda visión sugieren un fecundo progreso de sensibilidad, similar al que Gonzalo Sobejano apunta en la poesía amorosa de Herrera. ¿Y qué sensibilizan?… Enternecen al más firme corazón varonil de todos los tiempos hasta desequilibrarlo. La belleza es, a menudo, el privilegio femenino y la obligación masculina. Y del desorden espiritual del hombre, se pasa a su desorden material. En el primer caso se entrevé la estética trovadoresca del “siervo de amor”, en el segundo la estética productiva de toda novela picaresca, expresada metafóricamente con le locución “potosí de riquezas”.
2) Belleza al oído, es decir, la belleza de las palabras que articulan las pícaras con tono sumiso (“me hace merced el vestirme a su gusto”), ingenioso y adulador (“generoso caballero”),  lastimoso (“en desdichada estrella nací”).
3) Belleza de la imaginación, sostenida por un código conmovedor (el enrojecimiento de las mejillas, el suspiro doloroso, la expresión de los ojos), que tiene como objetivo el anhelo de embaucar y propulsar otra belleza: la beldad monetaria.
4) Belleza al tacto, o contactos físicos entre las pícaras y sus víctimas, mediante los cuales demuestran un falso erotismo para consumar sus propósitos, Así pues, y como ya apuntó Juan Martí en su libro Segunda parte de la vida del pícaro Guzmán de Alfarache, “es grande engaño pensar que la mujer quiere al hombre en balde; no le hace favor ni muestra caricias sino por chuparle y desangrarle, y pan comido, compañía deshecha”. Las Harpías sustituyen al clásico Adonis por el productivo hombre de “afable condición”. No obstante, esa carga erótica no llega a estallar casi nunca, y es más una imaginación masculina que una exhibición femenina. Lo más que llegan a tocar los pretendientes de las Harpías es una mano. ¿Puede considerarse esto precipitación a lo sexual?… En todo caso se trata de una precipitación a la excitación. Comparémoslo con el rabioso sexualismo de La Lozana andaluza (Francisco Delicado) considerada, por sus toques indudablemente picarescos, precedente parcial inmediato de la pícara. La osadía erótica de la Lozana es desplegada por las Harpías hacia el sensualismo casto, castidad que persigue dos ideales: no salirse “comido por servido” y acrecentar la inquietud masculina ante la virginidad. El amor palpitante de las Harpías y de la pícara en general es casi una reproducción -si se invierte el sexo- del “ars amandi” de Ovidio, propugnador del engaño, de la frivolidad y de las promesas sin cumplir.
Las Harpías son estafadoras y ladronas, no rameras. La pícara se mueve en un triángulo perfecto: un móvil -hombres ricos-; un motor de atracción -coche, trajes, calidad social, posadas en los mejores barrios-; y un motor de persuasión –los gestos sutilmente femeninos, el sollozo afligido, la ingenuidad dulce y bella-. A partir de aquí no hay duda de las leyes a las que voluntariamente se somete la pícara: ley de la libertad, ley del dinero, ley de la inmediatez, ley del juego, ley de la traición, ley de la mentira.
Consiguen dominar todas estas leyes gracias a su propia inteligencia, o bien, como en el caso de las Harpías, gracias a una tutora que podría tener su antecedente en la alcahueta medieval. Lo que es evidente es que su éxito supera con creces al de su congénere. Mientras que el pícaro está anclado en el determinismo total sostenido por Espinosa y por los estoicos (no logra usurpar una clase social alta), la pícara consigue, a veces, el título de “dama” o “señora”.
¿Pueden quedar todavía dudas del excelente proceder picaresco de la mujer?… Las posibles diferencias forman parte de la situación. Siempre han existido en todos los ámbitos variaciones de un modelo inicial. Se esculpen personajes parecidos, no idénticos. Por esto, a pesar del linaje de las Harpías, de su éxito no castigado, de su poca codicia mitigada con un solo timo, de sus escasos oficios, de su educación “desapicarada”…, a pesar de todos estos elementos, en la raíz de sus engaños se combinan el fondo y la forma de la estructura y del contenido propios de la novela picaresca. La pícara se ha ganado, sin lugar a dudas,  un nombre propio dentro de la literatura.

lunes, 29 de octubre de 2012

¿Se acabó el periodismo cultural en Colombia?

Opinión

Hace unos días tuve la oportunidad de asistir a una charla especializada  del periodista y escritor Juan David Correa, dentro del marco de los programas que genera Biblored, en la biblioteca pública Virgilio Barco, donde a vuelo de pájaro nos ubicó en un recuento histórico  con la implementación  del suplemento cultural que dio en llamarse Arcadia, hoy por hoy la única revista informativa de la variedad cultural  colombiana sobreviviente  al embate de los tiempos, como  de esta fiebre planetaria con el internet, y su desarrollo tan vertiginoso, que  ya está generando profundos cambios en el periodismo tradicional.
La crisis arrecia, ya no sólo de la parroquia colombiana, sino del mundo. Hace unas semanas El País, el periódico español, que es fuente propia casi de la lengua española , y su esencia de cultura y de un saber hacer periodismo, botó;  cómo decirlo menos duro: sacó a cien periodistas a la calle.  El periódico  inglés The Guardian, dejó de imprimirse para concentrase sólo en su portal del ciberespacio, y Newsweek, la revista gringa dejará de imprimirse desde enero. Frente a esta decisión, su rival, Time respondió que seguirá imprimiéndose  como asimismo mantendrá su página web al descubierto de quien la quiera seguir. Pero si las crisis ponen en situación a las personas, o sobreviven o se mueren, así de simple, o por la propia sinergia de la crisis, se genera un ingenio personal, particular más apremiante para sobrevivir, en un mundo cada vez más incrementado a las cifras, que no es otra cosa que el lucro  incesante que despierta todo modo de producción, tratándose de los viejos postulados del capitalismo más salvaje,  hoy arropado en un derrotero filosófico del llamado neoliberalismo más de ultranza y ultrajante de toda la actividad económica que involucra millones de personas como naciones. Pero esto es harina de otro costal como dijera el panadero.
La pregunta  quedó flotando en el espacio del auditorio, que aquí traigo ahora a estas glosas: ¿Desapareció el periodismo cultural de las páginas de los periódicos?  Pues ni se diga, que ya los suplementos literarios dejaron de existir hace décadas, y los remedos que hoy se hacen, son apenas conatos de nostalgia de lo que fueron en un glorioso pasado, donde en esas páginas se descubrían los nuevos escritores y ensayistas. La crónica sobrevive en nichos de revistas especializadas, que para no morir definitivamente tienen que revolverle culos y tetas en sus portadas para venderlas. Ya no, los periódicos de la otrora llamada gran prensa se dedicaron al negocio de la publicidad, de la pauta, y es que de esos viven. Además, se configuraron en  esos gigantescos conglomerados multidiversos de medios  y pasaron a manos de hacer y qué hacer a otros dueños, más fríos para las cifras de los negocios como son los banqueros sin alma, que si eso no produce, prefieren apagar y vámonos, digo yo.
En resumen sucinto: hoy no se hace periodismo cultural masivo de la gran prensa, este se está desarrollando en pequeños medios del periodismo alternativo y creciente que representan comunidades deseosas de expresión propia y directa. Y cabe ir preguntando también, que habrá de ir educando compañero, para que el lector nuevo y ávido de saber, se deje de pensar que porque su noticia no está desplegada dentro de un gran medio tradicional, es que no existe socialmente, porque esto, del ninguneo que fue sometido otrora, hoy definitivamente viene la revancha como  en el billar, donde siempre nos decimos, en juego largo hay desquite. Hoy por hoy, y debido al desarrollo creciente de los medios alternativos, de las redes sociales, el periodismo cultural se está desarrollando de otro modo, más personal, más apegado a su comunidad, y por tanto más directo, donde los grandes medios, tendrán que abrir sus espacios para hacer decir que también existimos.
Pie de página: Para verdaderamente comunicar no hace falta sino un chisme de voz a oreja. Radio bemba dicen los caribeños. Y funciona…

'La serpiente sin ojos'

William Ospina lanza su novela que conforma la trilogía sobre la vida del conquistador navarro Pedro de Ursúa

William Ospina, quien ha dedicado parte de sus últimos 20 años a la investigación y la escritura de los sucesos de la Conquista./elespectador.com
El libro, abierto en la página 173, profundizaba en los versos endecasílabos que escribió en los años de mil quinientos y tantos Juan de Castellanos. Eran la historia de la conquista, con sus horrores y proezas. Eran la Historia, en mayúsculas, que durante siglos estuvo enterrada, y que rescataron a medias Ulises Rojas, Miguel Antonio Caro y Mario Germán Romero. Él había comenzado a conocerla sin conocerla siendo muy niño, cuando recorría las tierras del norte del Tolima a las que había llegado su bisabuelo desde Sonsón, y se preguntaba qué, cuándo, cómo, por qué. “Ellos, mi abuelo y su padre, buscaban guacas de indígenas. Incluso, alguna tierra la pagó con el dinero que había conseguido por las guacas”. El interrogante para William Ospina era claro e inmenso: “¿Dónde estaban, entonces, los indígenas?”.
Luego, ya de adolescente, cuando las letras de Shakespeare y de Borges, y los poemas de Rubén Darío, Luis Carlos López, Pablo Neruda y Barba Jacob lo habían devorado, supo que los indígenas de aquellos lares se habían extinguido en el siglo XVI. Después, muchos años más tarde, en un encuentro de poesía colombiana en tiempos de la Conquista, en la Casa Silva, se enteró con mayores detalles del poema que había escrito durante más de 30 años Juan de Castellanos, Elegías de varones ilustres de Indias. “Descubrí que era el más extenso de la historia en América y que había sido ignorado por siglos, pero sobre todo, fue maravilloso encontrarme con el libro y con lo que había ocurrido”.
En el comienzo de su libro Las auroras de sangre, Ospina escribiría a finales de los años 90 que “la irrupción de América no fue un episodio histórico cualquiera, no fue una guerra más: fue un hecho decisivo de la historia y cambió al mundo. Aunque no compartiéramos la idea de Borges de que las grandes hazañas deben perdurar en la poesía, o la de Homero de que el mundo quiere cantar sus desdichas, o la de Hölderlin de que, a pesar de los méritos abundantes del hombre, lo que perdura lo fundan los poetas, un fenómeno de esa magnitud, que supuso el trasplante de razas enteras y la mutación de costumbres y lenguas, y que inauguraba un mundo, tendría que haber dejado una vasta poesía”.
Luego, por más de 450 páginas, relató la historia. La vida de Juan de Castellanos, su infancia en Alanís, su posible llegada a América en 1539, su estadía en la isla de Cubagua, sus tropiezos, victorias, amores y desamores, su arribo a Tunja ya como clérigo, sus años allí como beneficiado de la Catedral. “Más me sorprendió que en aquel tiempo hubiera un español interesado de ese modo, no en la Conquista ni en el oro, sino en América”. Ospina hizo el relato del relato de Castellanos. Visitó Alanís, conoció su pasado, de pueblo celta a parte del Imperio romano, de enclave árabe a terruño español. Vivió en Tunja, recorrió las calles que había recorrido el poeta, palpó y aprehendió los muros de su casa y escribió, año tras años. Uno, dos cinco, ocho.
Las auroras de sangre fueron el comienzo de su interminable y profunda visita a los tiempos de la Conquista. Luego publicó Ursúa, la vida de Pedro de Ursúa, uno de los primeros conquistadores españoles que recorrieron y lucharon América. La sangre, la sumisión, el odio, la búsqueda insaciable, los riesgos, las mentiras, las sublevaciones, la vida y la muerte, las selvas y las llanuras, los ríos, las serpientes, los tigres, el mar...
Detrás de cada motivo volvía a aparecer Juan de Castellanos, sus descripciones y sus versos, los caballos heridos, los remiendos en la nariz de Pedro de Heredia, los nuevos nombres y las nuevas palabras. Al final de aquellas 500 páginas, ni él, Castellanos, ni Ursúa, se habían agotado. Uno velaba las historias. El otro las protagonizaba. Por eso Ospina retornó en El país de la canela y La serpiente sin ojos a la Conquista. “Venían de todas partes y cada uno tenía un pasado —escribió en el capítulo número 25 de su última obra—. ‘Yo nunca les pregunto por sus orígenes’, me dijo Ursúa en el astillero, ‘puedo presumir que todos guardan una historia turbia, pero aquí llegan buscando la oportunidad de ser valientes, de ser héroes y de ser ricos’. Lo cierto es que casi se veía en sus rostros que no sólo andaban buscando un futuro sino huyendo de recuerdos tortuosos, maquinando la mejor manera de vengarse de su propio pasado”.
Contó el viaje hacia el Amazonas de don Pedro de Ursúa, sus amores con Inés de Atienza, su estúpida decisión de llevársela consigo. “Y lo que pasó fue la tragedia de Ursúa y de ella, y la expedición terminó en manos de Lope de Aguirre”, comentaría él, y escribiría, “Pero cuando Lorenzo de Salduendo perdió el favor de Aguirre, el déspota lleno de espadas y cuchillos, que controlaba por el terror los campamentos, siempre rodeado por su guardia siniestra y con Antón Llamoso convertido en su sombra, la suerte de la hermosa Inés estaba decidida”.
El destino de escritor le llegó a Ospina luego de haber intentado ser periodista en una agencia de noticias y publicista. Un día, dijo, suele decir, “dio el triple salto mortal”. La Odisea que había leído a los nueve años lo volvía a tentar, ahora con otros miles de títulos y otros autores y decenas de cientos de poemas. Habló entonces de “la superstición de las palabras”. De la magia de escribir, del creer que una palabra, una frase, pueden cambiar una vida, y del buscar en esa palabra, en esa frase, la vida. “Uno cree que las palabras influyen, marcan, determinan. De ahí surge el destino de un escritor”. Él era escritor y lo sigue siendo. Primero, como poeta (Hilo de arena, La luna del dragón, El país del viento); luego como ensayista (¿Dónde está la franja amarilla?, Es tarde para el hombre), y más tarde, como historiador y novelista y poeta de nuevo, pues jamás ha comprendido una obra sin que fuera una amalgama de verdad, belleza, inteligencia y profundidad.

Brasil: las deudas de una potencia cultural


Fue el ministro hacker del presidente Lula da Silva, un artista comprometido que hizo de la unión entre la cultura popular y la tecnología digital la clave de su gestión. En este diálogo habla de las tensiones entre lo local y lo global
LOS CONTRASTES DEL PAIS. Se evidencian en esta imagen de Río de Janeiro: rascacielos y favelas./Revista Ñ.
Gilberto Gil está sentado a la gran y sólida mesa de madera del comedor de su departamento en Salvador, ciudad donde nació. Afuera, el paisaje es el mar de la bahía de Todos los Santos, con la isla de Itaparica al fondo, enmarcado por los ventanales de vidrio del balcón. “La música es mi instrumento de diálogo con el mundo. Soy yo frente a mí mismo, el asombro de la existencia, los grandes interrogantes. Mi música es mi meditación religiosa, filosófica, existencial y ético-moral”, dice. Uno de los íconos de la música popular de Brasil, autor de una de las principales bandas de sonido de la música brasileña desde finales de la década de 1960, ministro de Cultura durante el gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva, se puede decir que Gil es uno de los rostros más destacados y simbólicos de la cultura brasileña en este tercer milenio. El se dice romántico y posmoderno, cultiva la cultura tradicional y popular, las raíces africanas, y, al mismo tiempo, está conectado al arte de la periferia, al hip hop, a la cultura digital, al creative commons, al copy left. Acepta de buen grado ser el conejillo de Indias de un mundo en transformación, mientras abreva en la fuente de la tradición cultural brasileña. Con la misma naturalidad con la que lanza un disco o hace un recital, es capaz de presentarse cantando en la apertura de la Asamblea General de la ONU, como en el 2003, siendo ministro de Cultura, e incluso de llamarlo al entonces secretario general, Kofi Annan, a tocar con él el tambor.

Gil llegó al ministerio, donde permaneció por cinco años y medio, con una nueva mirada sobre la periferia –consideraba a los medios digitales como el ámbito de resonancia para una cultura relegada a segundo plano, sin espacio de difusión en los medios de comunicación tradicionales. Traía un proyecto, considerado revolucionario, que consistía en crear políticas públicas basadas en la extensión y las posibilidades de inclusión que ofrecen las nuevas tecnologías. A su entender, el acceso a la información y a la difusión de la cultura y del conocimiento son motores del desarrollo. La unión de la cultura popular con las tecnologías de punta ha sido una marca de su gestión y  llegó a decir sin pudor: “Soy un ministro hácker. Soy un cantante hácker”. Y ya decía en su canción Banda Ancha Cordel (Banda Larga Cordel), en 2008: “El que no viene en el cordel de la banda ancha / Va a vivir sin saber qué mundo es el suyo” (“Quem não vem no cordel da banda larga / Vai viver sem saber que mundo é o seu”).

Hablando pausado, con la camisa abierta y cierta desesperanza, Gil ejercita el viejo hábito de reflexionar sobre dos de sus temas preferidos: los nuevos medios de comunicación y la cultura brasileña. El camino, según él, para resistirse a la homogeneización  de los pueblos, que galopa a la velocidad de la luz debido a la globalización, reside en la valoración  y el reconocimiento del poder de la cultura. Artista mutante y politizado, Gil es un hombre de su tiempo, que defiende para este tercer milenio un proceso civilizatorio auténtico, direccionado hacia la cultura local.

-¿Cómo caracterizaría Ud. la cultura brasileña en este tercer milenio?
-Primero es preciso entender qué significa Tercer Milenio en términos de tiempo y cambios profundos en la estructura de cada país. Brasil y América del Sur vienen pasando por cambios residuales del milenio que se terminó, consecuencias de la explotación colonial española y portuguesa, como la pauperización a lo largo del crecimiento de las poblaciones locales, la dificultad para establecer sistemas republicanos y democráticos, la profunda fuerza de las elites dominantes. Parte de todo esto es también el resultado de los regímenes de excepción que vivimos, de las dictaduras apoyadas por la visión hegemónica de los Estados Unidos en todo el hemisferio, a fines del siglo pasado. La superación parcial y relativa de todo esto se fue dando a través de los movimientos de liberación  e independencia, de la restauración de la posibilidad republicana, de los Estados democráticos, con la reapertura y el fortalecimiento de los congresos. Brasil participa de todo eso y al ser un país inmenso, de dimensiones continentales y economía fuerte, ha tenido un papel de influencia en el proceso de recuperación del sueño republicano y democrático. Esta es la cara básica de este comienzo de tercer milenio: vida política restaurada, partidos de ideario más nuevo, agendas populares, antiimperialismo, agenda Sur-Sur, antidominio del Norte, afirmación de la nacionalidad. Por otro lado, está la paradoja que trae la globalización. O sea, el movimiento de autodeterminación es también, de cierta forma, inhibido por la globalización. Los procesos del fin del milenio pasado corresponden a luchas anticoloniales, en un tiempo en que era posible hablar de autodeterminación de los pueblos, fortalecimiento de la economía local, lineamientos entre países emergentes y socios. En la India de Nehru [Jawaharlal Nehru, premier hindú de 1947 a 1964], el Egipto de Nasser [Gamal Abdel Nasser, presidente de Egipto, de 1954 a 1970], en el Brasil de Juscelino [Juscelino Kubitschek, presidente brasileño, de 1956 a 1961] – todavía se podía soñar con las autonomías, con las elecciones que los países podrían hacer. La globalización inhibe fuertemente esto porque establece una unilateralidad que anula las lateralidades propias de un sistema en que se quiere a las autonomías nacionales con sus modos de ser. Tenemos una civilización global dictada por la fuerza del mercado. En América del Sur eso se percibe claramente. Todos los esfuerzos de recuperación de un republicanismo continental propio, de una democracia moldeada por las propias necesidades locales, todo queda sometido a un nuevo proceso de civilización que está ahí, dictado por el industrialismo y el consumismo. Al mismo tiempo, hay intentos, como en Ecuador y en Venezuela, de establecer la dimensión local como informadora del modo de pensar el desarrollo. Esto ocurre, pero inhibido por ese contraataque permanente del sistema a través de la ideología del consumo, del mercado hegemónico, del Estado pequeño. Es necesario un esfuerzo muy grande para poder vencer todo esto. Y hacer emerger un proceso civilizatorio auténtico, autónomo, local. Porque ese MacWorld barre con todo, es demoledor.

-¿Brasil está logrando imponerse como nación  auténtica?
-La vida cultural del país es muy fuerte y se impone como trazo distintivo de esa masificación  uniformadora que existe en todo el mundo. El país posee fuerza, 200 millones de habitantes, un continente enorme, una diversidad cultural y étnica muy fuerte, entonces tiene fuerza para imponerse con sus propias características y es una de las fuerzas más grandes de América del Sur. Eso ofrece una cierta expectativa: es posible crear un modelo, un modo brasileño de conducir el proceso civilizatorio, de poder elegir.

-¿Ud. es optimista?
-No mucho. Lo he sido más, ahora no lo soy tanto.

-Como ministro de Cultura, ¿invirtió en ese esfuerzo?
-Asumimos ese esfuerzo. Asumimos invertir en ese esfuerzo de implantación de un método, un modo brasileño de auto-reconocerse, de autoevaluarse y de trabajar la responsabilidad del Estado y de la sociedad con relación a ese modelo. Cosechamos algunos frutos, tuvimos algunos resultados, porque la expectativa, en el resto del mundo, está siempre a nuestro favor. Es lo que se espera de nosotros. En las propias fuentes generadoras de este proceso de uniformización, que son Estados Unidos y, un poco, Europa, en fin, los países del primerísimo mundo, existen reacciones al movimiento de homogeneización del proceso global. Estas corrientes aplauden y reciben con mucho interés los esfuerzos locales en el sentido de una contraposición a ese sistema uniformador, a ese capitalismo masificador, consumista, industrialista, cientificista. Esto está en disputa, pero no se sabe hacia dónde todo va a tender. Hay un desgaste brutal de ese modelo globalizante y hegemonista. Y hay pocas señales de que la sociedad pueda autocorregirse. Porque el modelo existente dicta fuertemente el modo de ser de la economía y las costumbres – el consumismo global es masificador, disemina modos de comportamiento, que se van cristalizando en todo el mundo. Entonces queda la pregunta: ¿cómo luchar por una autenticidad, por un modelo propio desarrollado desde el deseo y las necesidades de las poblaciones locales? Esto queda inhibido, obliterado. Uno quiere caminar en el sentido de hacer de Brasil, Brasil, de los países sudamericanos, ellos mismos, con sus características amerindias. Pero, a contramano viene la marea. Antes, las luchas anticoloniales daban más esperanza de tomar la dirección de lo legítimo y auténtico de cada pueblo. Hoy existe un sistema mundial, sin contrapartidas, contra esto, como ha habido hasta hace poco, naciones, Estados y sociedades direccionados hacia otra propuesta. Hoy es más difícil.

-¿Cómo influyeron los nuevos formatos, Internet y los medios digitales en los fenómenos culturales en el nuevo milenio y en la sociedad de la información?
-Influyeron muchísimo, sobre todo en la cultura. De nuevo, la contradicción reside ahí muy profundamente. Son nuevos modos, tecnologías, aportes de poder, muy propicios a otras formas de empoderamiento de nuevos grupos. Hay, por lo tanto, un proceso horizontalizante en el sentido de la democratización, apertura, autoafirmación y fortalecimiento de pequeños grupos e individuos en especial. Ese nuevo mundo le dio al individuo autonomía y medios para buscar su propio conocimiento, pero al mismo tiempo estos procesos están siendo incorporados por el viejo lineamiento industrialista y capitalista. Esta es la disputa que existe. Internet, ciberespacio, redes sociales: de un lado sirviendo a esta pulverización positiva del poder y de la influencia, pero al mismo tiempo siendo también procesados por estas estructuras hegemónicas enormes, que quieren el control, el uso de esas herramientas para su propio proyecto. La disputa es la misma: política.

-¿La individualización excesiva puede dificultar nuevas organizaciones colectivas?
-Las luchas emancipadoras implicaron siempre una ampliación de colectivos. Esto se vuelve muy complicado cuando hay un fortalecimiento de las individualidades. Eventualmente pueden reunirse otra vez en nuevas formas de colectivos, pero la búsqueda de nuevas organizaciones aún es algo muy reciente. La red social invierte en los dos sentidos opuestos –la individualización y los nuevos colectivos–, pero no se puede saber lo que va a prevalecer en el sentido de posibilidad de crear herramientas útiles en ese sentido. ¿Se puede utilizar la individualización excesiva en nombre de un proceso libertario cualquiera? Porque los procesos son siempre colectivos, hablan siempre en nombre de pueblos, naciones, minorías. Por otro lado, existe la tendencia de que el individualismo aliene ese compromiso del individuo con el colectivo. Todo esto corre lado a lado. Nadie sabe qué centella o chispa histórica determinará aquello que entrará en combustión.

-¿Pero esta centella puede ser también revolucionaria? ¿Podemos ser un poco optimistas?
-Podemos. Se percibe un cierto cansancio de ese gran modelo homogeneizante. Se sospecha que no podrá resolver estas grandes cuestiones o invertir en las autonomías individuales de hecho, dando espacio a los nuevos colectivos que se forman. Vivimos todavía con una pauperización creciente y el mantenimiento del hambre, a pesar del aumento de la formación de las clases medias. Todo el esfuerzo en el sentido de crear una humanidad más equilibrada, pagar las grandes deudas históricas, establecer un humanismo más efectivo, todo se va anulando por ese torrente de uniformización en provecho de la visón de ganancia, de acumulación de la riqueza por pocos a partir del esfuerzo de muchos. Aún no se logró ese mínimo equilibrio. Antes, todo era más claro, se sabía contra quién luchar, había un rostro, las monarquías, los despotismos.

-Estamos, entonces, en un proceso de permanente tensión...
-Cada vez más grande. En la medida en que crece en el mundo el elemento que detenta esa conciencia, que es el hombre. Hoy hay 7 mil millones de habitantes; pronto serán 8 mil. Esta materia prima, la más primaria de todas, que es la gente, crece. Crecen también los productos intelectuales y físicos, industriales y culturales de todo tipo.

-¿Por dónde pasa hoy el conocimiento?
-Pasa por donde pasó siempre, por la acumulación lograda en las escuelas, por la enseñanza, por la propagación del conocimiento de manera organizada. Pero pasa también cada vez más por esta cosa abierta, amplificada por Internet, por el ciberespacio, por la fuerza de la calle, por la horizontalidad y la difusión de la información, por la velocidad de distribución de la información, que es fundamental para la cuestión de la acumulación y de la propagación del conocimiento. Conocimiento e información cada vez más lado a lado. El conocimiento trabaja hacia adentro, hacia abajo, para verticalizar, profundizar, y la información para desparramar horizontalmente. Tanto más profundo, más conocimiento, más noción, más episteme, pero también más difusión, propagación, capacidad de alcance múltiple en todo el mundo. Cambiaron las fuentes de acumulación y propagación. Antes era sólo la escuela. Está también la cuestión de qué es la educación hoy. La escuela sufre un increíble proceso de cambios. Estamos en pleno debate sobre la crisis en la educación y sobre dónde está localizada la fuente de formación del proceso educacional. Con estos medios rápidos electrónicos de consulta, apertura de las bibliotecas de todo el mundo al alcance de todos, tenemos, de nuevo, la democratización del acceso al conocimiento y a la información, que podrá llevar a una acumulación de nuevo poder colectivo, de imposición de modelos de fruición del conocimiento que desemboquen en un fortalecimiento político de la visión colectiva. ¿Quizá nuevas posibilidades de comunismo? (risas).

Traducción de Adelina Chaves

domingo, 28 de octubre de 2012

El cuento del domingo


Juan Rulfo

El hombre 

Los pies del hombre se hundieron en la arena dejando una huella sin forma, como si fuera la pezuña de algún animal. Treparon sobre las piedras, engarruñándose al sentir la inclinación de la subida; luego caminaron hacia arriba, buscando el horizonte.
"Pies planos-dijo el que lo seguía-. Y un dedo de menos. Le falta el dedo gordo en el pie izquierdo. No abundan fulanos con estas señas. “Así que será fácil."
La vereda subía, entre yerbas, llena de espinas y de malas mujeres. Parecía un camino de hormigas de tan angosta. Subía sin rodeos hacia el cielo. Se perdía allí y luego volvía a aparecer más lejos, bajo un cielo más lejano.
Los pies siguieron la vereda, sin desviarse. El hombre caminó apoyándose en los callos de sus talones, raspando las piedras con las uñas de sus pies, rasguñándose los brazos, deteniéndose en cada horizonte para medir su fin: "No el mío sino el de él", dijo. Y volvió la cabeza para ver quién había hablado.
Ni una gota de aire, sólo el eco de su ruido entre las ramas rotas. Desvanecido a fuerza de ir a tientas, calculando sus pasos, aguantando hasta la respiración: "Voy a lo que voy", volvió a decir. Y supo que era él el que hablaba.
"Subió por aquí, rastrillando el monte -dijo el que lo perseguía.
Cortó las ramas con un machete. Se conoce que lo arrastraba el ansia.
Y el ansia deja huellas siempre. “Eso lo perderá."
Comenzó a perder el ánimo cuando las horas se alargaron y detrás de un horizonte estaba otro y el cerro por donde subía no terminaba.
Sacó el machete y cortó las ramas duras como raíces y tronchó la yerba desde la raíz.
Mascó un gargajo mugroso y lo arrojó a la tierra con coraje.
Se chupó los dientes y volvió a escupir. El cielo estaba tranquilo allá arriba, quieto, trasluciendo sus nubes entre la silueta de los palos guajes, sin hojas. No era tiempo de hojas. Era ese tiempo seco y roñoso de espinas y de espigas secas y silvestres. Golpeaba con ansia los matojos con el machete: "Se amellará con este trabajito, más te vale dejar en paz las cosas".
Oyó allá atrás su propia voz.
"Lo señaló su propio coraje -dijo el perseguidor-. El ha dicho quién es, ahora sólo falta saber dónde está. Terminaré de subir por donde subió, después bajaré por donde bajó, rastreándolo hasta cansarlo. Y donde yo me detenga, allí estará. Se arrodillará y me pedirá perdón. Y yo le dejaré ir un balazo en la nuca... "Eso sucederá cuando yo te encuentre."
Llegó al final. Sólo el puro cielo, cenizo, medio quemado por la nublazón de la noche. La tierra se había caído para el otro lado.
Miró la casa enfrente de él, de la que salía el último humo del rescoldo.
Se enterró en la tierra blanda, recién removida. Tocó la puerta sin querer, con el mango del machete. Un perro llegó y le lamió las rodillas, otro más corrió a su alrededor moviendo la cola. Entonces empujó la puerta sólo cerrada a la noche.
El que lo perseguía dijo: "Hizo un buen trabajo. Ni siquiera los despertó. Debió llegar a eso de la una, cuando el sueño es más pesado; cuando comienzan los sueños; después del 'Descansen en paz', cuando se suelta la vida en manos de la noche con el cansancio del cuerpo raspa las cuerdas de la desconfianza y las rompe".
"No debí matarlos a todos -dijo el hombre-"."Al menos no a todos".
Eso fue lo que dijo.
La madrugada estaba gris, llena de aire frío. Bajó hacia el otro lado, resbalándose por el zacatal. Soltó el machete que llevaba todavía apretado en la mano cuando el frío le entumeció las manos. Lo dejó allí. Lo vio brillar como un pedazo de culebra sin vida, entre las espigas secas.
El hombre bajó buscando el río, abriendo una nueva brecha entre el monte.
Muy abajo el río corre mullendo sus aguas entre sabinos florecidos; meciendo su espesa corriente en silencio. Camina y da vuelta sobre sí mismo. Va y viene como una serpentina enroscada sobre la tierra verde.
No hace ruido. Uno podría dormir allí, junto a él, y alguien oiría la respiración de uno, pero no la del río. La hiedra baja desde los altos sabinos y se hunde en el agua, junta sus manos y forma telarañas que el río no deshace en ningún tiempo.
El hombre encontró la línea del río por el color amarillo de los sabinos. No lo oía. Sólo lo veía retorcerse bajo las sombras. Vio venir las chachalacas. La tarde anterior se habían ido siguiendo, el sol, volando en parvadas detrás de la luz. Ahora el sol estaba por salir y ellas regresaban de nuevo.
Se persignó hasta tres veces. "Discúlpenme", les dijo. Y comenzó su tarea. Cuando llegó al tercero, le salían chorretes de lágrimas. O tal vez era sudor. Cuesta trabajo matar. El cuero es correoso. Se defiende aunque se haga a la resignación y el machete estaba mellado: "Ustedes me han de perdonar", volvió a decirles.
"Se sentó en la arena de la playa -eso dijo el que lo perseguía-."
Se sentó aquí y no se movió por un largo rato. Esperó a que despejaran las nubes. Pero el sol no salió ese día, ni al siguiente. Me acuerdo. Fue el domingo aquel en que se me murió el recién nacido y fuimos a enterrarlo. No teníamos tristeza, sólo tengo memoria de que el cielo estaba gris y de que las flores que llevamos estaban desteñidas y marchitas como si sintieran la falta del sol.
"El hombre ese se quedó aquí, esperando. Allí estaban sus huellas: el nido que hizo junto a los matorrales; el calor de su cuerpo abriendo un pozo en la tierra húmeda."
"No debí haberme salido de la vereda -pensó el hombre.” Por allá hubiera llegado. Pero es peligroso caminar por donde todos caminan, sobre todo llevando este peso que yo llevo.
Este peso se ha de ver por cualquier ojo que me mire; se ha de ver como si fuera una hinchazón rara. Yo así lo siento. Cuando sentí que me había cortado un dedo, la gente lo vio y yo no, hasta después. Así ahora, aunque no quiera, tengo que tener alguna señal. Así lo siento, por el peso, o tal vez el esfuerzo me cansó". Luego añadió:"No debí matarlos a todos; me hubiera conformado con el que tenía que matar; pero estaba oscuro y los bultos eran iguales... Después de todo, así de a muchos les costará menos el entierro."
"Te cansarás primero que yo”. Llegaré a donde quieres llegar antes que tú estés allí -dijo el que iba detrás de él-. Me sé de memoria tus intenciones, quién eres y de dónde eres y adónde vas. Llegaré antes que tú llegues."
"Este no es el lugar -dijo el hombre al ver el río-" Lo cruzaré aquí y luego más allá y quizá salga a la misma orilla. Tengo que estar al otro lado, donde no me conocen, donde nunca he estado y nadie sabe de mí; luego caminaré derecho, hasta llegar. De allí nadie me sacará nunca".
Pasaron más parvadas de chachalacas, graznando con gritos que ensordecían.
"Caminaré más abajo. Aquí el se hace un enredijo y puede devolverme a donde no quiero regresar."
"Nadie te hará daño nunca, hijo. Estoy aquí para protegerte".
“Por eso nací antes que tú y mis huesos se endurecieron antes que los tuyos".
Oía su voz, su propia voz, saliendo despacio de su boca.
La sentía sonar como una cosa falsa y sin sentido.
¿Por qué habría dicho aquello? Ahora su hijo se estaría burlando de él. O tal vez no. "Tal vez esté lleno de rencor conmigo por haberlo dejado solo en nuestra última hora". Porque era también la mía; era únicamente la mía. Él vino por mí. No los buscaba a ustedes, simplemente era yo el final de su viaje, la cara que él soñaba ver muerta, restregada contra el lodo, pateada y pisoteada hasta la desfiguración.
Igual que lo que yo hice con su hermano; pero lo hice cara a cara, José Alcancía, frente a él y frente a ti y tú nomás llorabas y temblabas de miedo. Desde entonces supe quién eras y cómo vendrías a buscarme.
Te esperé un mes, despierto de día y de noche, sabiendo que llegarías a rastras, escondido como una mala víbora. Y llegaste tarde. Y yo también llegué tarde. Llegué detrás de ti. Me entretuvo el entierro del recién nacido. Ahora entiendo. Ahora entiendo por qué se me marchitaron las flores en la mano."
"No debí matarlos a todos -iba pensando el hombre-". No valía la pena echarme ese tercio tan pesado en mi espalda. Los muertos pesan más que los vivos; lo aplastan a uno. Debía de haberlos tentaleado de uno por uno hasta dar con él; lo hubiera conocido por el bigote; aunque estaba oscuro hubiera sabido dónde pegarle antes que se levantara...
Después de todo, así estuvo mejor. Nadie los llorará y yo viviré en paz.
“La cosa es encontrar el paso para irme de aquí antes que me agarre la noche."
El hombre entró a la angostura del río por la tarde. El sol no había salido en todo el día, pero la luz se había borneado, volteando las sombras; por eso supo que era después del mediodía.
"Estás atrapado -dijo el que iba detrás de él y que ahora estaba sentado a la orilla del río-". Te has metido en un atolladero. Primero haciendo tu fechoría y ahora yendo hacia los cajones, hacia tu propio cajón. No tiene caso que te siga hasta allá. Tendrás que regresar en cuanto te veas encañonado. Te esperaré aquí. Aprovecharé el tiempo para medir la puntería, para saber dónde te voy a colocar la bala.
Tengo paciencia y tú no la tienes, así que ésa es mi ventaja. Tengo mi corazón que resbala y da vueltas en su propia sangre, y el tuyo está desbaratado, revenido y lleno de pudrición.
Esa es también mi ventaja. Mañana estarás muerto, o tal vez pasado mañana o dentro de ocho días.
“No importa el tiempo. Tengo paciencia."
El hombre vio que el río se encajonaba entre altas paredes y se detuvo. "Tendré que regresar", dijo.
El río en estos lugares es ancho y hondo y no tropieza con ninguna piedra. Se resbala en un cauce como de aceite espeso y sucio. Y de vez en cuando se traga alguna rama en sus remolinos, sorbiéndola sin que se oiga ningún quejido.
"Hijo -dijo el que estaba sentado esperando-: no tiene caso que te diga que el que te mató está muerto desde ahora". ¿Acaso yo ganaré algo con eso? La cosa es que yo no estuve contigo. ¿De qué sirve explicar nada? No estaba contigo. Eso es todo. Ni con ella. Ni con él. “No estaba con nadie; porque el recién nacido no me dejó ninguna señal de recuerdo."
El hombre recorrió un largo tramo río arriba.
En la cabeza le rebotaban burbujas de sangre.
"Creí que el primero iba a despertar a los demás con su estertor, por eso me di prisa."
"Discúlpenme la apuración", les dijo. Y después sintió que el gorgoreo aquel era igual al ronquido de la gente dormida; por eso se puso tan en calma cuando salió a la noche de afuera, al frío de aquella noche nublada.
Parecía venir huyendo. Traía una porción de lodo en las zancas, que ya ni se sabía cuál era el color de sus pantalones.
Lo vi desde que se zambulló en el río. Apechugó el cuerpo y luego se dejó ir corriente abajo, sin manotear, como si caminara pisando el fondo. Después rebasó la orilla y puso sus trapos a secar. Lo vi que temblaba de frío. Hacía aire y estaba nublado.
Me estuve asomando desde el boquete de la cerca donde me tenía el patrón al encargo de sus borregos. Volvía y miraba a aquel hombre sin que él se maliciara que alguien lo estaba espiando.
Se apalancó en sus brazos y se estuvo estirando y aflojando su humanidad, dejando orear el cuerpo para que se secara. Luego se enjaretó la camisa y los pantalones agujerados. vi que no traía machete ni ningún arma. Sólo la pura funda que le colgaba de la cintura, huérfana.
Miró y remiró para todos lados y se fue. Y ya iba yo a enderezarme para arriar mis borregos, cuando lo volví a ver con la misma traza de desorientado.
Se metió otra vez al río, en el brazo de en medio, de regreso.
"¿Qué traerá este hombre?", me pregunté.
Y nada. Se echó de vuelta al río y la corriente se soltó zangoloteándolo como un reguilete, y hasta por poco y se ahoga.
Dio muchos manotazos y por fin no pudo pasar y salió allá abajo, echando buches de agua hasta desentriparse.
Volvió a hacer la operación de secarse en pelota y luego arrendó río arriba por el rumbo de donde había venido.
Que me lo dieran ahorita. De saber lo que había hecho lo hubiera apachurrado a pedradas y ni siquiera me entraría el remordimiento.
Ya lo decía yo que era un juilón. Con sólo verle la cara. Pero no soy adivino, señor licenciado. Sólo soy un cuidador de borregos y hasta sí usted quiere algo miedoso cuando da la ocasión. Aunque, como usted dice, lo pude muy bien agarrar desprevenido y una pedrada bien dada en la cabeza lo hubiera dejado allí bien tieso. Usted ni quien se lo quite que tiene la razón.
Eso que me cuenta de todas las muertes que debía y que acababa de efectuar, no me lo perdono. Me gusta matar matones, créame usted.
No es la costumbre; pero se ha de sentir sabroso ayudarle a Dios a acabar con esos hijos del mal.
La cosa es que no todo quedó allí. Lo vi venir de nueva cuenta al día siguiente. Pero yo todavía no sabía nada. ¡De haberlo sabido!
Lo vi venir más flaco que el día antes con los huesos afuerita del pellejo, con la camisa rasgada. No creí que fuera él, así estaba de desconocido.
Lo conocí por el arrastre de sus ojos: medio duros, como que lastimaban. Lo vi beber agua y luego hacer buches como quien está enjuagándose la boca; pero lo que pasaba era que se había tragado un buen puño de ajolotes, porque el charco donde se puso a sorber era bajito y estaba plagado de ajolotes. Debía de tener hambre.
Le vi los ojos, que eran dos agujeros oscuros como de cueva. Se me arrimó y me dijo:"¿Son tuyas esas borregas?" Y yo le dije que no. "Son de quien las parió", eso le dije.
No le hizo gracia la cosa. Ni siquiera peló el diente. Se pegó a la más hobachona de mis borregas y con sus manos como tenazas le agarró las patas y le sorbió el pezón. Hasta acá se oían los balidos del animal; pero él no la soltaba, seguía chupe y chupe hasta que se hastió de mamar.
Con decirle que tuve que echarle creolina en las ubres para que se le desinflamaran y no se le fueran a infestar los mordiscos que el hombre les había dado.
¿Dice usted que mató a toditita la familia de los Urquidi?
De haberlo sabido lo atajo a puros leñazos.
Pero uno es ignorante. Uno vive remontado en el cerro, sin más trato que los borregos, y los borregos no saben de chismes.
Y al otro día se volvió a aparecer. Al llegar yo, llegó él. Y hasta entramos en amistad.
Me contó que no era de por aquí, que era de un lugar muy lejos; pero que no podía andar ya porque le fallaban las piernas: "Camino y camino y ando nada. Se me doblan las piernas de la debilidad. Y mi tierra está lejos, más allá de aquellos cerros." Me contó que se había pasado dos días sin comer más que puros yerbajos. Eso me dijo. ¿Dice usted que ni piedad le entró cuando mató a los familiares de los Urquidi? De haberlo sabido se habría quedado en juicio y con la boca abierta mientras estaba bebiéndose la leche de mis borregas.
Pero no parecía malo. Me contaba de su mujer y de sus chamacos.
Y de lo lejos que estaban de él. Se sorbía los mocos al acordarse de ellos.
Y estaba reflaco, como trasijado. Todavía ayer se comió un pedazo de animal que se había muerto del relámpago. Parte amaneció comida de seguro por las hormigas arrieras y la parte que quedó él la tatemó en las brasas que yo prendía para calentarme las tortillas y le dio fin. Ruñó los huesos hasta dejarlos pelones.
"El animalito murió de enfermedad", le dije yo.
Pero como si ni me oyera. Se lo tragó enterito. Tenía hambre.
Pero dice usted que acabó con la vida de esa gente. De haberlo sabido. Lo que es ser ignorante y confiado. Yo no soy más que borreguero y de ahí en más no se nada. ¡Con decirles que se comía mis mismas tortillas y que las embarraba en mi mismo plato!
¿De modo que ahora que vengo a decirle lo que sé, yo salgo encubridor? Pos ahora sí. ¿Y dice usted que me va a meter a la cárcel por esconder a ese individuo? Ni que yo fuera el que mató a la familia esa.
Yo sólo vengo a decirle que allí en un charco del río está un difunto. Y usted me alega que desde cuándo y cómo es y de qué modo es ese difunto. Y ahora que yo se lo digo, salgo encubridor. Pos ahora sí.
Créame usted, señor licenciado, que de haber sabido quién era aquel hombre no me hubiera faltado el modo de hacerlo perdidizo.
¿Pero yo qué sabía? Yo no soy adivino.
El sólo me pedía de comer y me platicaba de sus muchachos, chorreando lágrimas.
Y ahora se ha muerto. Yo creí que había puesto a secar sus trapos entre las piedras del río; pero era él, enterito, el que estaba allí boca abajo, con la cara metida en el agua. Primero creí que se había doblado al empinarse sobre el río y no había podido ya enderezar la cabeza y que luego se había puesto a resollar agua, hasta que le vi la sangre coagulada que le salía por la boca y la nuca repleta de agujeros como si lo hubieran taladrado.
Yo no voy a averiguar eso. Sólo vengo a decirle lo que pasó, sin quitar ni poner nada. Soy borreguero y no sé de otras cosas. 
Juan Rulfo (Sayula, México, 1918 - Ciudad de México, 1986) Escritor mexicano. Creció en el pequeño pueblo de San Gabriel, villa rural dominada por la superstición y el culto a los muertos, y sufrió allí las duras consecuencias de las luchas cristeras en su familia más cercana (su padre fue asesinado). Esos primeros años de su vida habrían de conformar en parte el universo desolado que Juan Rulfo recreó en su breve pero brillante obra. 
En 1934 se trasladó a Ciudad de México, donde trabajó como agente de inmigración en la Secretaría de la Gobernación. A partir de 1938 empezó a viajar por algunas regiones del país en comisiones de servicio y publicó sus cuentos más relevantes en revistas literarias.
En los quince cuentos que integran El llano en llamas (1953), Juan Rulfo ofreció una primera sublimación literaria, a través de una prosa sucinta y expresiva, de la realidad de los campesinos de su tierra, en relatos que trascendían la pura anécdota social.
En su obra más conocida, Pedro Páramo (1955), Rulfo dio una forma más perfeccionada a dicho mecanismo de interiorización de la realidad de su país, en un universo donde cohabitan lo misterioso y lo real, y obtuvo la que se considera una de las mejores obras de la literatura iberoamericana contemporánea.
 Rulfo escribió también guiones cinematográficos como Paloma herida (1963) y otra novela corta magistral, El gallo de oro (1963). En 1970 recibió el Premio Nacional de Literatura de México, y en 1983, el Príncipe de Asturias de la Letras  Rulfo, dice Carlos Fuentes: Cierra “para siempre —y con llave de oro— la temática documental de la Revolución, Rulfo convierte la semilla de [Mariano]Azuela [autor de Los de abajo] y [Martín Luis] Guzmán [autor de El águila y la serpiente] en un árbol seco y desnudo del cual cuelgan unos frutos de brillo sombrío: frutos duales, frutos gemelos que han de ser probados si se quiere vivir, a sabiendas de que contienen los jugos de la muerte.”
      De Pedro Páramo, dice Jorge Luis Borges: “Pedro Páramo es una de las mejores novelas de las literaturas de lengua hispánica, y aun de toda la literatura”.

      Rulfo, dice Octavio Paz, “nos ha dado una imagen —no una descripción— de nuestro paisaje. Como en el caso de [D. H.] Lawerence [autor de The Plumed Serpent] y [Malcolm] Lowry [autor de Under the Volcano], no nos ha entregado un documento fotográfico o una pintura impresionista sino que sus intuiciones y obsesiones personales han encarnado en la piedra, el polvo, el pirú. Su visión de este mundo es, en realidad, visión de otro mundo.”
A Juan Rulfo le bastaron una novela y un libro de cuentos para ocupar un lugar de privilegio dentro de las letras hispanoamericanas. Creador de un universo rural inconfundible, el narrador plasmó en sus narraciones no sólo las peculiaridades de la idiosincrasia mexicana, sino también el drama profundo de la condición humana. El llano en llamas (1953) reúne quince cuentos que reflejan un mundo cerrado y violento donde el costumbrismo tradicional se desplaza para vincularse con los mitos más antiguos de Occidente: la búsqueda del padre, la expulsión del paraíso, la culpa original, la primera pareja, la vida, la muerte. Pedro Páramo (1955) trata los mismos temas de sus relatos, pero los traslada al ámbito de la novela rodeándolos de una atmósfera macabra y poética. Este libro ostenta, además, una prodigiosa arquitectura formal que fragmenta el carácter lineal del relato.
La mítica ciudad de Comala sirve de escenario para la novela y algunos cuentos de Juan Rulfo. Su paisaje es siempre idéntico, una inmensa llanura en la que nunca llueve, valles abrasados, lejanas montañas y pueblos habitados por gente solitaria. Y no es difícil reconocer en esta descripción las características de Sayula, en el Estado de Jalisco, donde el 16 de mayo de 1918 nació el niño que, más tarde, se haría famoso en el mundo de las letras. Su nombre completo era Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno.
Juan Rulfo dividió su infancia entre su pueblo natal y San Gabriel (así se llamaba la actual Ciudad Venustiano Carranza), donde realizó sus primeros estudios y pudo contemplar algunos episodios de la sublevación cristera, violento levantamiento que, al grito de "¡Viva Cristo Rey!" y ante el cómplice silencio de las autoridades eclesiásticas, se opuso a las leyes promulgadas por el presidente Calles para prohibir las manifestaciones públicas del culto y subordinar la Iglesia al Estado.
Rulfo vivió en San Gabriel hasta los diez años, en compañía de su abuela, para ingresar luego en un orfanato donde permaneció cuatro años más. Puede afirmarse, sin temor a incurrir en error, que la rebelión de los cristeros fue determinante en el despertar de su vocación literaria, pues el sacerdote del pueblo, con el deseo de preservar la biblioteca parroquial, la confió a la abuela del niño. Rulfo tuvo así a su alcance, cuando apenas había cumplido los ocho años, todos aquellos libros que no tardaron en llenar sus ratos de ocio.
A los dieciséis años intentó ingresar en la Universidad de Guadalajara, pero no pudo hacerlo pues los estudiantes mantuvieron, por aquel entonces, una interminable huelga que se prolongó a lo largo de año y medio. En Guadalajara publicó sus primeros textos, que aparecieron en la revista Pan, dirigida por Juan José Arreola. Poco después se instaló en México D.F., ciudad que, con algunos intervalos, iba a convertirse en su lugar de residencia y donde, el 7 de enero de 1986, le sorprendería la muerte.
Ya en la capital, intentó de nuevo entrar en la universidad, alentado por su familia a seguir los pasos de su abuelo, pero fracasó en los exámenes para el ingreso en la Facultad de Derecho y se vio obligado a trabajar. Entró entonces en la Secretaría de Gobernación como agente de inmigración; debía localizar a los extranjeros que vivían fuera de la ley. Desempeñó primero sus funciones en la capital para trabajar luego en Tampico y Guadalajara y recorrer, más tarde, durante dos o tres años, extensas zonas del país, entrando así en contacto con el habla popular, los peculiares dialectos, el comportamiento y el carácter de distintas regiones y grupos de población.

Juan Rulfo con su hijo Juan Francisco (c. 1953)
Esta vida viajera, este contacto con la múltiple realidad mexicana, fue fundamental en la elaboración de su obra literaria. Más tarde, y siempre en la misma Secretaría de Gobernación, fue trasladado al Archivo de Migración. Rulfo se ganó la vida en trabajos muy diversos: estuvo empleado en una compañía que fabricaba llantas de hule y también en algunas empresas privadas, tanto nacionales como extranjeras. Simultáneamente, dirigió y coordinó diversos trabajos para el Departamento Editorial del Instituto Nacional Indigenista y fue también asesor literario del Centro Mexicano de Escritores, institución que, en sus inicios, le había concedido una beca.
La obra de Juan Rulfo, pese a constar sólo de dos libros, le valió un general reconocimiento en todo el mundo de habla española, reconocimiento que se concretó en premios tan importantes como el Nacional de Letras (1970) y el Príncipe de Asturias de España (1983); fue traducida a numerosos idiomas. En 1953 apareció el primero de ellos, El llano en llamas, que incluía diecisiete narraciones (algunas de ellas situadas en la mítica Comala), que son verdaderas obras maestras de la producción cuentística.
Cuando, en 1955, aparece Pedro Páramo, la única novela que escribió Juan Rulfo, el acontecimiento señala el final de un lento proceso que ha ocupado al escritor durante años y que aglutina toda la riqueza y diversidad de su formación literaria. Una formación que ha asimilado deliberadamente las más diversas literaturas extranjeras, desde los modernos autores escandinavos, como Halldor Laxness y Knut Hamsun, hasta las producciones rusas o estadounidenses. Basta con acercarse a la novela, de estructura más poética que lógica, que ha sido tachada de confusa por algunos críticos, para comprender la paciente laboriosidad del autor, el minucioso trabajo que su redacción supuso y que le exigió rehacer numerosos párrafos, desechar páginas y páginas ya escritas.
Desde 1955, año de la aparición de Pedro Páramo, Rulfo anunció, varias veces y en épocas distintas, que estaba preparando un libro de relatos de inminente publicación, Días sin floresta, y otra novela titulada La cordillera, que pretendía ser la historia de una inexistente región de México desde el siglo XVI hasta nuestros días. Pero el autor no volvió a publicar libro alguno. En una entrevista de 1976, Rulfo confesó que la novela proyectada había terminado en la basura. De vez en cuando, algunos textos suyos aparecían en las páginas de las publicaciones periódicas dedicadas a la literatura. Así, en septiembre de 1959, la Revista Mexicana de Literatura publicó con el título de Un pedazo de noche un fragmento de un relato de tema urbano; mucho más tarde, en marzo de 1976, la revista ¡Siempre! incluía dos textos inéditos de Rulfo: una narración, El despojo, y el poema La fórmula secreta.

Rulfo en su estudio (c. 1954)
Pero esta escasa producción literaria ha servido de inspiración y base para una considerable floración de producciones cinematográficas, adaptaciones de cuentos y textos de Rulfo que se iniciaron, en 1955, con la película dirigida por Alfredo B. Crevenna, Talpa, cuyo guión es una adaptación de Edmundo Báez del cuento homónimo del escritor. Siguieron El despojo, dirigida por Antonio Reynoso (1960); Paloma herida, que, con argumento rulfiano, dirigió el mítico realizador mexicano Emilio Indio Fernández; El gallo de oro (1964), dirigida por Roberto Gavaldón, cuyo guión sobre una idea original del autor fue elaborado por Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez. En 1972, Alberto Isaac dirigió y adaptó al cine dos cuentos de El llano en llamas y en 1976 se estrenó La Media Luna, película dirigida por José Bolaños que supone la segunda versión cinematográfica de la novela Pedro Páramo.
Fueron tantas las reacciones periodísticas y las notas necrológicas que se publicaron después de la muerte de Rulfo que con ellas se elaboró un libro titulado Los murmullos, antología periodística en torno a la muerte de Juan Rulfo. Póstumamente se recopilaron los artículos que el autor había publicado en 1981 en la revista Proceso.
Semblanza   biográfica:literaturaus.com.Foto:biografiasyvidas.com.Texto:El cuento del día.