sábado, 28 de abril de 2012

Minicuentos 32


Politics                                                                                                                              

Abel Pacheco

Jones se fajó duro en la política.
Discurso, visita, reunión, asamblea  y en todo lado, en inglés, en español, en entusiasmo, en todo, la voz de Jones tonante y convencida.
Frunciendo la bemba, gesticulante pronunciaba el nombre del candidato.
Y ganaron…
No es que fuera por Jones, pero ganaron.
Como era de esperar, lo nombraron Jefe Político.
Ahora sí, que ahora sí. Ya no más hambre, ya no más robo, ya no más desesperanza, ya no más país-paisaje.
Se iba a hacer Patria.
Con carretera, con venta justa de compracacao-banano-plátanomaíz-maníyuca.
Tempranito, con garúa fresca, feliz salía a la línea y se subía al tanque de agua del ferrocarril para ser el primero en ver llegar a los tractores, el médico, la cañería, la luz eléctrica.
Día a día, mes a mes, a Jones se le fue helando la sonrisa.
Pantalón baloon, saco a rayas, panamá terciado, se fue a la ciudad.
Quería ver al líder.
Quería ver al líder sonrisa, líder abrazo, líder "tomauntrago".
El sabría explicar el atraso de los tractores.
El recuerdo de las puertas cerradas hizo que a Jones, como a los tractores, no se le viera más nunca en su pueblecito pan bon.

Vaca

Eduardo Gudiño Kieffer

Dicen que tiene una mirada tonta pero no, no es así, los que dicen eso mienten o no saben ver: es una mirada serena, larga, dulcísima, esa mirada que carece de un color definido y que por eso mismo tiene todos los colores. Mirada bovina, sugieren algunos con un tonito peyorativo que es mejor ignorar o pasar por alto ya que uno sabe que en realidad son incapaces de comprender, y uno vuelve a casa todos los días para encontrar esa mirada que es vehículo y a la vez envoltura protectora, uno vuelve para sentirse consolado, calmado, sereno, alimentado; uno vuelve todos los días todos los días todos los días desde hace más de diez años; uno vuelve todos los días hasta que un día es el último día, cuando la mirada no está, ha desaparecido, se ha ido; cuando uno busca desesperadamente su calorcito acostumbrado y no lo encuentra, cuando uno empieza a sentir frío y al final, sobre la mesa de la luz, ve la carta y abre la carta y lee la carta y la carta dice ve voy con Carlos, por lo menos él me trata como a una mujer, no como a una vaca.



Mujeres volátiles                                                                                                               

Oliverio Girondo

No sé, me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias o como pasas de higo; un cutis de durazno o de papel de lija. Le doy una importancia igual a cero, al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco con un aliento insecticida. Soy perfectamente capaz de soportarles una nariz que sacaría el primer premio en una exposición de zanahorias; ¡pero eso sí! —y en esto soy irreductible— no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar. Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme!

El juicio

Salvador Castañeda Pérez

Estaban reunidos miles de millones en aquel grandísimo valle. De pronto un ángel tocó la trompeta y todos guardaron el más absoluto de los silencios. Oyó una potentísima voz que lo llamaba por su nombre y mudo de espanto se acercó al tribunal, sin atreverse a mirar el resplandeciente trono. De pronto tropezó con el peldaño y cayó de bruces paralizado por el terror. De nuevo oyó la voz, esta vez muy cerca de él: "Si, ya van dos noches seguidas que se cae de la cama, doctor."

La agonía
Gilberto J. Signoret

Un aturdimiento lo despierta. Abre los ojos. Es lo mismo de siempre. Siempre lo mismo. Siente su lecho. Mira hacia arriba y ve el techo bajar Como antes. Siente el piso subir. Como siempre. Es la insatisfacción, se dice. Y ve las paredes. Cuatro aún Como antes Cuatro de múltiples facetas. Pero hay una puerta. Su vida exterior es mediocre. No vale la pena. La puerta se abrió para dejarlo salir y se reabre para dejarlo entrar. Es lo mismo; el techo que baja y el piso que sube, cuatro paredes que se acercan. Duerme. Un sobresalto lo despierta. Todo igual. Cuatro paredes que se estrechan y dos planchas que se acercan. Es la soledad, se dice. La puerta es pequeña. Pero sale, y su vida mediocre retranscurre. La puerta se abre. Casi no cabe. Pero entra. Las paredes y las planchas se le acercan más aún. Como antes. Es el cansancio de la noche, se dice. Pesadilla. Despierta gritando. Se acercan más y más. Con dificultad logra salir Mediocre vida de perro. Entra, ayudado por la desesperación, dejando carnes y alma afuera, de tan chica que es la puerta. Toma el cráneo en sus manos, se recuesta y palpa el techo, el piso, una pared, otra, la otra y otra más. Son suaves. Es la agonía, se dice. Abandona la mente. Abandona la tierra. Abandona la vida. La tumba se cierra al fin.